Los concejales mecánicos

A la democracia colaborativa no le falta tanto concepto como materialización. Por eso el ser partícipes del cambio a día de hoy se paga a lo mismo que el hecho de que el Real Madrid gane al Espanyol. Es un cambio un tanto incierto en la medida que queramos creer. Tanto como considerar que, porque el voto se divida, existe el cambio. Quizá uno de los mayores problemas de España resida en su propia definición: los problemas vienen cuando las instituciones no se coordinan, cuando nos falta el apoyo institucional o cuando nos dejan de lado. Si dejamos dar la vuelta al asunto, no es tanto la dependencia como la necesidad de la misma. O del mismo si hablamos de mecanismos. Viciados, por cierto que no lo son por lo que son, sino por lo que queremos que sean.

Mal separados los poderes, la organización del Estado es la que es, con sus pros y sus contras. Uno, que tira del positivismo moral, acuña que es más lo que se gana que lo que se pierde.

Aunque esto fuera al revés -que puede ser- se plantearía la opción de que vivimos de puta madre siendo cómplices (si lo conocemos) o dueños silenciosos (si decimos que no) de una organización que no es del todo «el mejor mundo de los posibles» pero que nos favorece en la cotidianidad.

En los ayuntamientos, con minúscula, ha habido ‘gobiernos del cambio’ con una comita. Ha sido mucha gente votada que ha llegado a acuerdos o desacuerdos concordantes en un solo punto: estamos hasta el arco del triunfo de lo que la gente ha votado años atrás y esta vez no lo va a ser. Y no lo ha sido. El PP perdió en mayo multitud de mayorías absolutas en pro de la gente que no se tapó la nariz para votar por primera vez. Son nuevos demócratas. Pero no es nueva democracia.

A las ínfulas del diálogo le sobran sillones, poderes y bastones de mando. Pero no es menos cierto que a las instituciones le faltan sillones, poderes, bastones de mando y diálogo toda vez que, comprendidos los términos anteriores, sólo conducen a la palabra vacía.

La palabra política en España se ha desmembrado tanto como lo que cariacontece a la propia política. No todo el político es un ladrón pero sí un ladrón en potencia. Del político dependerá, como controlador absoluto de los vocablos, que la corrupción, el ladrociono o, por ser positivos, la honradez, les sigan ligados en los años venideros.

Pero hay algo que extraña, a nivel teórico, en la posibilidad de dedicarte al localismo cuando las decisiones de tu partido en estado ‘supra’ te lo impiden. No habría problema pero es que siempre (¡siempre!) claudican. Y perjudican al pueblo al que representan. Literal.

Entonces la explicación es que la política local no les interesa tanto. Por ello la gente ha decidido dar la política del cambio a los partidos municipalistas que, por otro lado y, conocida la capacidad de competencia legal, son los únicos a los que cualquier persona conocedora de la situación votaría. Al final hay determinados hooligans votantes que les importaría cojón y medio que a las elecciones del pueblo presentaras a un asesino en serie con la bandera de tal partido porque ellos le verían la opción más convincente sin siquiera haber leído los programas.

Exigir a la clase política cercanía sería un hecho fehaciente si, a todos los concejales elegidos, se les obligara a responder en una concejalía. Sería un momento de decirles: «oiga, deje usted de quejarse en los plenos cada dos meses porque, la política local, sus vecinos, su familia, le exigen soluciones para los problemas cotidianos que son, al fin y al cabo, los que nos importan».

Aprovechémonos de las ganas de diálogo para exigir algo tan sencillo como que todos los que han sido elegidos como concejales en un municipio hagan su labor. Repartir las concejalías de manera tecnócrata supondría una profesionalización de resultados. Naturalmente la democracia no está -ni estaba- concebida para una tecnocracia. Pero hagámoslo lo mejor posible. Puestos a pagar.

Restringir la labor y la dedicación a media jornada o un cuarto de ella supondría que los que quieren forrarse a costa de lo público no lo puedan hacer por la sencilla razón de que ganar 300 euros al mes por 10 horas de trabajo semanales te iguala a tus iguales. De tú a tú.

El planteamiento no será nuevo, claro. Pero esta idea supone una responsabilidad colectiva de los elegidos los cuales, muchos de ellos, no tienen ninguna gana. Por ello se dan las circunstancias de que concejales de pueblo puedan ganar mucho más dinero que un presidente del gobierno de un país. Las escaleras mecánicas le suben a uno a donde otro le quiso conducir.

Si esto se hiciera efectivo, ganarían las arcas públicas en los derroches que se derraman pagando a ‘elegidos’ sueldos que no cobrarían en su vida en un sitio en el que rindieran cuentas por resultados. Pero si esto se hiciera efectivo, ni surgirían tantos partidos ni se tendería a abrir la democracia. Los ladrones seguirían aprovechándose del sistema. Y los ingenuos seguiríamos pensando que se puede solucionar así: pagando a la gente por lo que cobran. Así empezaremos a valorar que el dinero público no sólo no es de nadie, sino que es nuestro.

Darío