Un día con el GERA

Vivimos rodeados de héroes sin capa. Muchos de ellos son anónimos y saltan cada cierto tiempo a páginas de periódicos como este: en la mayoría de ocasiones ellos tampoco saben que lo son. Sin embargo hay otra serie de héroes a los que hemos normalizao por aquello de la convivencia pero que se levantan, cada día, sin saber si podrán volver a casa.

Muchos de ellos viajan en los camiones rojos de bomberos que cada cierto tiempo hacen girar nuestras miradas y voltear las cabezas cuando suenan sus sirenas. Ente ellos también hay diferencias de actuación. En Navacerrada, entre montañas, en un sitio paradisiáco terrenal conviven los miembros del GERA, el Grupo Especial de Rescate en Altura de Bomberos de la Comunidad de Madrid.

El cuerpo lo forman en la actualidad 54 personas aunque nunca son todos los que están: las bajas son un contínuo en cualquier cuerpo de élite. Y el GERA lo es. A nuestra llegada al inmenso parking con esos característicos portones de los parques de bomberos, el turno que acaba de entrar revisa los camiones con los que podrían actuar en dos minutos. Sí, ese es exáctamente el tiempo que tardan desde que reciben una llamada de intervención común hasta que el camión se despide del parque.

La revisión de los elementos forma parte de un protocolo insalvable y vital: todos esos cachibaches pueden servir para salvar vidas y, por supuesto, la propia. El nivel de control es tan extremo que cualquier bombero podría trabajar en cualquier camión ya que este consta de los mismos elementos en función del tipo de camión de rescate.

Los pasillos amplios albergan una convivencia que roza con la hermandad. Son multitud de horas juntos con las manos que deciden, en equipo, intervenciones en segundos. En el enorme vestuario nos encontramos con un miembro del GERA Comunidad de Madrid que tiene su día libre. Entrena y va a pasar una de las regulares pruebas físicas a las que, tanto él como sus compañeros, se someten regularmente. Nos habla de recuerdos entre nieve, de aludes, de decir adiós a compañeros, amigos, hermanos.

En la sede de Navacerrada se respira de manera contínua una tensa calma que dicta que en cualquier momento una llamada puede activar el protocolo de salida. Las camas en las que descansan no tienen sábanas porque los bomberos no duermen: descansan. En la parte inferior hay un gimnasio con todos los elementos típicos del gimnasio: mancuernas y bancos. A esto se le añade un rocódromo en horizontal y otro en vertical que, ya desde abajo, da vértigo.

Es la zona de entrenamiento especial de un cuerpo de bomberos especial: el único en la Comunidad de Madrid que realiza este tipo de rescates en altura de cientos de metros. Arriba, sobre todo el edificio, reposa un helicóptero que suele ser el fiel compañero de trabajo en las casi 500 salidas que realizan a lo largo del año.

Antes de las maniobras de entrenamiento que se realizan cada día, el grupo es llamado a un aula con las sillas un tanto descolocadas en las que se revisa el ejercicio en tono colaborativo pero amigable. Se distribuyen los roles de la salida que será a unos pocos de kilómetros de allí y se visualizan vídeos con errores para no cometerlos como tal. Una vez que están listos los bomberos se visten con el traje de faena.

La principal diferencia entre los rescates en altura y el resto de intervenciones se centrarán en el material, la forma y el tipo de rescate como tal. En el coche nos acompaña un chico joven, tranquilo, lleno de mosquetones que nos habla de lo importante y vocacional en su trabajo: ama la montaña, le encanta la escalada y, en los inviernos, es un loco del esquí.

El rescate al que asistimos será en la ladera de unas amplias piedras a las que el propio cuerpo de bomberos nos ayuda a acceder. Es una intervención con camilla que cuenta con la dificultad de la peligrosidad de deslizamiento en caso de error de amarre. Cuentan con un muñeco en peso real y un helicóptero conducido por quien ellos definen como «mejor conductor de España», un hombre afable y simpático: un compañero.

Cada uno de los bomberos recuerda a la perfección su rol en los tres rescates que realizan. Aseguran la camilla, se aseguran a la camilla, levantan el brazo y vuelan con un cable de escasos milímetros a decenas de metros del suelo hasta que logran acoplar la camilla en el helicóptero. Los ensayos son tan reales, que el conductor y el jefe del equipo pactan fallos para mantener al equipo en alerta.

Nosotros llegamos con un par de raspones de las piedras al parque de bomberos que mantiene siempre la situación de alerta. Nos despedimos del equipo al que hoy vemos un poco más grande. Tras la caminata y el estrés, comemos y buscamos dormir. En ese momento nos acordamos de que ellos no duermen: solo descansan.