Diario de campaña. Día 1: Del Nido y los carteles

-Siempre que bajo por esta calle, me acuerdo de la pegada en la que nos cruzamos con Del Nido.

-¿Del Nido, Del Nido?

-Coño, Darío ¿No sabías que estudió aquí?

Niego con la cabeza.

-Pegaba carteles de Fuerza Nueva. Su padre era de los que llevaban pistola.

Ausentes de pistolas, las noches de pegada de carteles que producen una decoración propia del ARCO de los medios vasos de agua, han tornado ahora en unas balas de punta hueca por medio de pequeños guiños entre los distintos grupos políticos que se cruzan en las calles buscando su zona de pegar carteles que han sido repartidos, en una especie de yincana a deshoras, por la Junta Electoral.

Todos están pero nadie grita, ni corre, ni arranca fotos de los demás: la democracia de salón ha acudido a su cita y el propio Partido Popular deseaba una campaña educada, como bajando los pies del asiento de enfrente del tren que, dicho por lo bajini, todos deseamos pisar.

Cuando los adversarios políticos se marchan, todos corren a ver su propaganda.

-No diréis que no salgo más guapo que él ¿no?

La regeneración política de Ciudadanos ha consistido en una involución cursi del regreso a la escoba y el cubo de pegamento cuando el resto ha avanzado al celofán del gordo. Para más inri, han pegado carteles de Albert Rivera. Los curiosos viandantes que abandonan a estas horas las bodegas lo tienen claro:

-Le ponen a él y si la gente se piensa que se presenta aquí y le votan, un voto que se lleva.

-Vámonos a dormir, Antonio.

La estrella de la noche es Cristina Cifuentes cuyo maquillaje de salón y chica in recibe miradas lascivas de pegones y mirones de los pegones. Es un contraste entre la ciudad y el pueblo: el maquillaje, a los que somos de las montañas, nunca nos quedó igual.

Asumida la nueva decoración de las calles –que irá mutando en un museo de los horrores, los bigotillos y las gafas a boli- y aceptado el pote como animal político, uno se marcha a casa con nostalgia de la polémica del Photoshop que tantos años hizo joven al siempre joven Manuel Fraga de quien dicen las malas lenguas que, como al padre de Del Nido, también le gustaban las pistolas.

Darío Novo