Cualquier tiempo pasado fue… mejor

Dedicado a todos mis paisanos sorianos que contra viento y marea siguen resistiendo en los pueblos.

Según algunos datos publicados, más de 4.200 pueblos de España están en riesgo de desaparición por la despoblación creciente que, como una auténtica epidemia, sigue haciendo estragos por todos los rincones del país.

Desde hace décadas, los más jóvenes se han visto obligados a abandonar los pueblos en busca de horizontes más amplios que los que durante demasiadas generaciones encajonaron a sus familias y las aprisionaron entre la resignación, el conformismo y la falta de oportunidades.

Sin escuela, sin colegios próximos, sin institutos a una distancia razonable, sin demasiadas opciones universitarias, las familias han venido haciendo, durante décadas, enormes sacrificios para que sus hijos pudieran acceder a un futuro mejor, teóricamente mejor que el suyo, que necesariamente exigía marcharse a las ciudades y en la práctica ha significado un cambio definitivo de residencia.

Sin un consultorio médico continuado, sin farmacia, sin panadería, sin comercios, sin las más mínimas opciones de ocio, en el  mejor de los casos, apenas se han mantenido dos puntos de encuentro, el “Teleclub” para pasar un rato jugando a las cartas y la iglesia, para la misa de los domingos y los funerales.

La población que ha permanecido ha ido envejeciendo por razones obvias y la falta de oportunidades ha propiciado que bodas y bautizos quedaran reducidos a la mínima expresión o directamente a recuerdos enmarcados de un tiempo cada vez más lejano.

Quienes han decidido quedarse, han resistido como verdaderos numantinos tratando de sobrevivir cultivando las tierras o cuidando del ganado, proporcionando al resto de la sociedad casi todo lo que diariamente necesitan para alimentarse, cereales para el pan, verduras, hortalizas, frutas, carnes, leche…

Alguien podría pensar que habiendo grandes superficies que nos pueden ofrecer cualquier producto, los pueblos son ya sólo algo exótico, un lugar pintoresco al que poder desplazarse unas cuantas veces al año para saludar a los parientes y de paso oxigenarse y romper con la rutina de las ciudades.

Sabemos que la leche no brota por arte de magia en los “tetrabrik”, que los cogollos no crecen en las cestas del supermercado, que los filetes no caen de las nubes a la carnicería de la esquina… pero con pasmosa facilidad nos olvidamos de que quienes hacen posible que tengamos todo eso a nuestro alcance siguen librando una dura batalla en nuestros pueblos.

Es un hecho que en cuanto que se dé el pistoletazo de salida de la nueva campaña electoral, todos los políticos se lanzarán a la caza y captura de esos pequeños puñados de votos por todos los rincones de España.

Como han venido haciendo siempre, prometerán cualquier cosa con tal de atraerlos hacia sus colores y si finalmente consiguen que su opción alcance el poder, no tardarán demasiado en devolverlos al olvido, como si ése fuera el lugar natural al que están predestinados.

Es evidente que en muchos de nuestros pueblos cualquier tiempo pasado fue mejor, pero es una tarea ineludible de los responsables políticos tomar medidas para que de cara al futuro inmediato, quienes ahora sobreviven entre el abandono y la indiferencia general, recuperen no ya el esplendor de sus mejores días, pero sí al menos la sensación de que cuentan, que han dejado de estar olvidados.