El viaje

Vaya por delante que cualquier gobierno español, sea del signo que sea, tiene el perfecto derecho para decidir celebrar las reuniones semanales de su Consejo de Ministros en cualquier localidad de España, ¡faltaría más!.

Fue en agosto cuando se anunció que antes de fin de año se celebrarían dos reuniones del Consejo fuera de Madrid, una en Barcelona y otra, ya celebrada, en Andalucía.

España es grande y podrían haber optado por Oviedo, Zaragoza, Ciudad Real Teruel, Alicante o Soria, pero, los políticos no son muy dados a “dar puntadas sin hilo” y puestos a viajar, qué mejor que hacerlo matando varios pájaros de un tiro.

Si la decisión de celebrar la reunión del Consejo del 26 de octubre en Sevilla, pretendía ser un gesto hacia los andaluces y una mal disimulada ayuda extra a Susana Díaz, que había convocado “sus” elecciones autonómicas el día 8, visto el batacazo histórico sufrido, ese viaje no tuvo el éxito que se presuponía.

Desde el primer momento, la celebración del Consejo prometido en Barcelona el 21 de diciembre, ya levantó ciertas suspicacias pero a medida que se ha ido acercando esa fecha han ido creciendo las hostilidades entre quienes allí lo vieron siempre como una provocación y las muestras de desacuerdo de quienes en el resto de España, incluso entre las filas socialistas, no acababan de comprender la inoportunidad el “gesto”.

A estas alturas ya a nadie sorprende el empeño personal del presidente, no sólo en la celebración del Consejo en Barcelona, sino en la posterior reunión con Joaquim Torra, presidente de la Autonomía catalana.

El gobierno dispone del poder, pero no posee una varita mágica que pueda aplacar de golpe las desbocadas ansias del separatismo, encabezado ahora por Torra.

El hecho de que más de 9.000 agentes de mozos de escuadra, guardia urbana, policía nacional y guardia civil, vayan a hacer todo lo posible para que esa jornada se desarrolle con absoluta normalidad, habla por sí solo de que no será un día cualquiera, ni una situación cotidiana, tranquila y pacífica.

Que los “comités de defensa de la república”, los CDR a los que el propio Torra, muy recientemente, animó a “apretar”, mantengan su llamamiento a “tomar las calles”, no augura precisamente que todo vaya a desarrollarse por cauces pacíficos, ni que en las calles de Barcelona vaya a reinar la paz habitual en estas fechas prenavideñas.

Joaquim Torra, que recientemente valoraba la “vía eslovena” como única posible para salir de su laberinto independentista, ha rechazado reunirse con Pedro Sánchez después del Consejo.

El presidente por su parte, empeñado aún en el apoyo parlamentario que necesita añadir a sus 84 diputados, fía la legislatura no sólo en el éxito de este Consejo de Barcelona, sino en la reunión posterior, que él no descarta, con Torra.

Habla el presidente de llevar a cabo “diálogo constructivo” con quien no sólo no desea mantenerlo sino que cada día se esfuerza un poco más en socavar los cimientos del estado.

El viaje a Barcelona está llamado a un más que previsible fracaso, si Pedro no se pone el disfraz de Papá Noel y anticipa alguno de los “regalos” que tan insistentemente viene solicitando Joaquim, si sólo le ofrece compartir el futuro bajo el olmo del estado español y Torra insiste en pedirle, otra vez, peras.