Lo prometido es deuda

Es un hecho reiterado y aceptado casi con resignación “cristiana”, que los políticos, en general, metidos en campaña electoral, no se paran ante nada ni ante nadie y como auténticos charlatanes de feria, sueltan por sus bocas todo tipo de promesas sin tener la intención de cumplirlas.

Puestos a lograr apoyos en las urnas podrían llegar a prometernos un mar en Soria, playas de arena blanca en Teruel, dos líneas de AVE a Extremadura, una autovía de seis carriles a Molina de Aragón, un aeropuerto internacional en Alpedrete…

Por desgracia los ciudadanos no acabamos de perder la confianza en su palabra por más que la incumplan sistemáticamente;  tratan de embaucarnos mientras pretenden llegar a sus puestos de privilegio y cuando los han alcanzado nos ignoran, nos ningunean y en ocasiones, nos traicionan.

Sorprende e indigna a muchos que sea precisamente el presidente del gobierno el que, llegado al poder tras dos clamorosas derrotas en las urnas y mediante el mecanismo legal de la moción de censura, a la que acudió cogido del brazo de varios partidos antiespañoles, incumpla tan descaradamente su palabra.

Mientras algunos se empeñan en “remover” la memoria histórica, obvian la más reciente; es como mantener vivos recuerdos del parvulario y “olvidar” lo que se hizo o se dijo hace unos pocos meses.

Los sufridos ciudadanos de a pie estamos acostumbrados a cargar en nuestras espaldas con todas las decepciones como si fuera algo cíclico e inevitable a lo que hay que resignarse, pero a fuerza de gotas, llega el día en el que nuestros vasos acaban rebosando.

Que nadie dude que somos capaces de recordar una promesa de finales de mayo de 2018 hecha en el Congreso de los Diputados.

En esos días, el hoy presidente del Gobierno de España, trataba de convencer a otros grupos (al parecer a algunos ya los “llevaba” convencidos) de las bondades de arrebatar el poder al PP, como responsable de todos los males del país y se comprometía, en la sede representativa de la voluntad de los españoles, a “formar un gobierno de transición y a convocar elecciones cuanto antes”.

Han pasado más de ocho meses desde entonces y su inicial entusiasmo por ver refrendado en unas urnas lo conseguido con tan variopintos compañeros de aventura se ha ido enfriando.

Debe de ser muy difícil decidir si uno quiere poner en riesgo el hecho de permanecer o ser desalojado del Palacio de La Moncloa.

¿Se imaginan a un niño que habiendo ganado por sorteo un viaje a Euro Disney pudiera decidir el momento de regresar a su vida ordinaria?. Sin ninguna duda haría todo lo humanamente posible por resistirse y demorar el viaje de vuelta.

Lo suyo es resistir, es un especialista, al menos en teoría debe serlo, al atreverse a legar a las generaciones futuras ese manual encuadernado en negro al que “ha dado forma literaria”, aunque no le haya concedido el honor de aparecer en la portada,  “su” Secretaria de Estado de la España Global.

Resistirse a convocar elecciones por más que el CIS de su “colega” le haya elaborado las más optimistas encuestas de intención de voto que se recuerdan.

Resistirse aunque los independentistas catalanes que lo auparon al poder pretendan ahora cobrarse el favor, con abiertas exigencias de autodeterminación y le marquen todos esos puntos que un relator debería poner sobre las “íes” separatistas.

Resistir por más que muchos miles de españoles, sacrificando una soleada mañana de domingo, se plantaran ayer en la plaza de Colón para mostrar su decidido apoyo a la unidad de España y agitaran la bandera de todos recordándole que la palabra dada es sagrada, que tiene que convocar elecciones generales porque lo prometido es deuda.