NO NOS CUENTEN EL FINAL DE LA PELÍCULA.

NO NOS CUENTEN EL FINAL DE LA PELÍCULA.

 

De un tiempo a esta parte, asistimos con asombro a la ceremonia de la banalización de los gravísimos hechos acontecidos en Cataluña hace un año.

Destacados personajes, algunos de ellos muy críticos entonces, parecen haber tomado ahora la “misión” de restar importancia a las decisiones que se tomaron en aquellos días y ponen todo su empeño en  hacernos ver que en realidad aquello no fue tan grave como una inmensa mayoría de españoles pudimos ver en vivo y en directo y que por tanto los responsables no deberían ser castigados muy severamente.

Podemos entender que quienes se embarcaron en la incierta aventura independentista, saltándose entonces la legalidad y la Constitución, sigan obcecados en conseguirla y no estén dispuestos a renunciar a tener aquella “república independiente” que sólo ellos tuvieron durante unos minutos.

El irrenunciable empeño separatista ha conseguido su objetivo, es evidente que ha logrado la separación; Cataluña es hoy una comunidad dividida, partida en dos mitades enfrentadas e irreconciliables en lo político y en dos bandos de complicada convivencia en lo social.

Ha pasado un año, no se ha “implementado” la república prometida y difícilmente lo podrá ser en breve, dentro de la legalidad, más que nada porque Cataluña, mal que les pese a sus obsesivos promotores, continúa siendo una parte, importante, pero una más, del conjunto que es España.

Sorprende que quienes apoyaron las decisiones del gobierno de entones,  intenten convencernos ahora, casi a diario y como si se tratara de un plan preconcebido, de que aquello fue poco más que una broma de mal gusto, una travesura política, que se debería dar por zanjada con un tirón de orejas.

En una sociedad democrática en la que los distintos poderes del estado están perfectamente definidos, cada uno de ellos debe moverse con absoluta libertad, sin injerencias de los otros.

Sería imperdonable y los ciudadanos sentencian en las urnas, que compromisos políticos inconfesables pudieran condicionar decisiones estrictamente judiciales.

No es admisible que compromisos de apoyo parlamentario real condicionen hipotéticas concesiones inmediatas ni futuras.

Si hubo “golpe al estado”, rebelión, sedición, traición, malversación de fondos públicos o sencillamente fue sólo la patética representación del  esperpento político urdido por una parte de los políticos catalanes, que sea la justicia la que lo determine, en base a las leyes vigentes, no ustedes.

No pretendan convencer a una parte importante de los ciudadanos catalanes y a la inmensa mayoría de los del resto de España de que quienes hoy están presos por presuntos delitos y quienes escaparon de la acción de la justicia, son, en el peor de los casos, sólo unos iluminados soñadores de repúblicas independientes, que se creyeron elegidos por la historia para pasar a la posteridad como libertadores.

Su prematuro “veredicto” no sólo resulta inadmisible sino que enciende la desconfianza y aviva la sospecha de que pueda haber acuerdos inconfesables.

 No se esfuercen día tras día, en adelantarnos el final de la “película”, queremos seguirla paso a paso y descubrir que serán los jueces los que en su momento pondrán el “The End” a esta historia.