Si Dios no lo remedia…

No esperemos que Dios descienda y se inmiscuya en nuestros asuntos terrenales, así que vamos casi irremediablemente camino de un gobierno, que muy probablemente se planificó en verano contando con 123+42 diputados y se formalizará antes de fin de año con 120+35 y el apoyo interesado, en mayor o menor medida, de un manojo de fuerzas con más colores que el arcoíris.

No cabe esperar tampoco que los actores principales de la representación que se avecina vayan a cambiar de postura;  de una parte los socialistas del “caudillo” incuestionable en que se ha convertido Pedro Sánchez y de otra los comunistas venidos a menos de Pablo Iglesias que ¡ahora o nunca! se aferran  a las carteras que les ha “conseguido” el líder supremo.

Sería una tarea imposible hacer a todas y cada una de las 6.753.000 personas que dieron su voto al PSOE el pasado 10 de noviembre la pregunta “¿Apoyas el acuerdo alcanzado entre el PSOE y Unidas Podemos para formar un gobierno progresista de coalición?” y Sánchez ha optado por preguntárselo “sólo” a los afiliados, que como era de esperar, ya que fueron ellos los que lo “entronizaron” cuando el partido lo dio por amortizado, le han dado mayoritariamente el visto bueno.

Tampoco lo hará Unidas Podemos a sus 3.098.000 votantes y no es previsible que su pregunta a los inscritos (mujeres y hombres) “¿Estás de acuerdo con que participemos en un gobierno de coalición en los términos del preacuerdo firmado por Pedro Sánchez y Pablo Iglesias?” arroje, cuando se cierre la consulta el próximo miércoles, otra cosa que un apoyo mayoritario.

Imaginen si se preguntara a los alumnos a la salida del colegio “¿Estás de acuerdo en que, desde este momento, las normas las puedas fijar tú?”. La respuesta mayoritaria sería abrumadoramente afirmativa.

“Legitimados” Sánchez e Iglesias por sus fieles para perpetrar su plan de verano, tan sólo faltan algunos “detalles sin importancia”, como lograr que a los apoyos minoritarios o simbólicos se unan los separatistas catalanes, imprescindibles por activa o por pasiva para el éxito, a la quinta o sexta oportunidad de la sesión de investidura.

Chirrían algunas de las exigencias de quienes desde hace tiempo vienen tratando de autoconvencerse, arrastrando tras ellos a la mitad de una sociedad catalana partida en dos, de que son una república independiente, otra nación distinta a la única que reconoce la constitución española en vigor.

Cuando aún se “negocia”, incluso quienes serán los interlocutores que se sentarán en la mesa, alguno de ellos huido o en prisión y se pide nuevamente la mediación internacional para una negociación “entre gobiernos”, la pareja de “tortolitos”, sellada su repentina amistad, se reparte ya las carteras ministeriales.

Ha entrado hoy en la escena del “baile” Iceta proponiendo que se reconozca a Cataluña como “nación dentro de España como estado plurinacional”, algo que Sánchez, si es que alguna vez lo ha tenido claro, nunca ha sido capaz de explicar a los españoles.

Resulta paradójico que alguien pretenda ser presidente del Gobierno de España, “renunciando” a gobernar una parte inseparable del país y aunque se trata de hacer creer a los ciudadanos que “no se harán concesiones de calado”, los antecedentes del presidente en funciones en cuanto a la caducidad de la palabra dada y su demostrada ambición personal, no son garantía en modo alguno de que no se pueda producir el peor desenlace.

No se puede esgrimir el interés general, cuando sólo es personal o partidista; no se puede pedir que los partidos de la oposición agachen la cabeza, miren a otro lado y dejen hacer; no se puede repetir hasta la saciedad que se necesita estabilidad cuando se dispone de un taburete de dos patas; no se pueden pintar paisajes de bucólicos gobiernos progresistas si en ellos sobrevuelan los rancios fantasmas de un comunismo que frena el progreso.

No nos vale todo, no debe valerle todo, “doctor”, por mantener el colchón, pero si Dios no lo remedia, es lo que hoy por hoy se vislumbra en nuestro horizonte.