Un mismo mar, un mismo cielo

En nuestro entorno geográficamente más próximo, bordeamos un mismo mar, bajo un mismo cielo, pero ese mar nuestro, de todos, que es el Mediterráneo, no nos une, sino que en la práctica constituye un auténtico muro que separa dos mundos bien dispares.

Es un derecho de todo ser humano hacer todo lo posible para escapar de la pobreza, del hambre, de la guerra, de la persecución política, social o religiosa y luchar con todos los medios a su alcance para conseguir una vida más digna y un futuro en libertad.

Todos sin excepción aspiramos a conseguir lo que vemos que tienen los demás y es entendible que quienes por los caprichos del destino han tenido la mala fortuna de ver la luz en los rincones más desfavorecidos del planeta sueñen con escapar de sus particulares “infiernos” y hagan lo imposible por cruzar ese mar común y alcanzar nuestro mundo.

Se cuenta por décadas el goteo incesante en nuestras costas de pateras que suman miles de inmigrantes recibidos y centenares de vidas perdidas en las aguas del Mediterráneo. España lleva demasiado tiempo recibiendo a africanos que decidieron dar el salto entre los dos mundos.

Acoger hace catorce meses en Valencia a los 629 migrantes del Aquarius, de los que más de 400 siguen percibiendo aún ayudas del sistema nacional de acogida, fue no sólo una de las primeras decisiones de un presidente Sánchez llegado a hombros de la moción, sino un motivo de orgullo para una amplia mayoría de ciudadanos españoles que ante cualquier drama humano son capaces de mostrar su solidaridad con generosidad, cuando algunos países deciden mirar hacia otro lado.

Nos sacude durante los últimos días la noticia del Open Arms tratando de ser aceptado, con su “carga” humana de 160 personas desesperadas, en alguno de los puertos de los países europeos más próximos, sin demasiado éxito hasta la fecha.

Un doctorado nunca fue garantía de estar en posesión de la sabiduría absoluta, los hay que son capaces de hacer cálculos matemáticos que no están al alcance del común de los mortales, que conocen de memoria todos los artículos del código penal o de la Constitución, que  manejan y reconstruyen nuestros órganos más vitales como si fueran dioses… pero que sacados de su territorio de confort tienen serias dudas a la hora de situar en el mapa Lampedusa, Algeciras, Palma, Ferrol o Fuenterrabía y definir el camino más corto y razonable desde el punto de partida.

Ofrecer Algeciras, sin conocimiento del ayuntamiento de esa ciudad ni de la propia Junta de Andalucía, daba la sensación de querer y no querer y así lo entendió la ONG. Aceptar ahora que el barco, de bandera española, pueda llegar a Palma o Mahón es tarde para un “pasaje” hacinado y cada vez más desesperado que ya ha logrado “tocar” la costa italiana pero quiere pisar tierra firme y ve que Salvini, con la excepción de los menores, no está por la labor.

El desenlace de este nuevo capítulo se producirá en breve, pero la pregunta de hoy no es qué puerto de Europa permitirá finalmente atracar al Open Arms, sino cuánto tiempo transcurrirá hasta que se produzca la próxima “expedición” y el barco, con una nueva “carga” de seres desesperados, protagonizará un capítulo más, lanzando un nuevo SOS en las aguas del Mediterráneo, suplicando que por razones humanitarias Europa los acepte.

Mientras seguirá sobrevolando las aguas la sospecha (certeza para muchos) de que por más que sus intenciones sean buenas, la ONG, con su labor humanitaria, “hace el  juego” a quienes en las costas de África llevan tiempo haciendo negocio con los sueños y las esperanzas de toda esa gente.

Y hay algo evidente que repiten algunos, África no cabe en Europa, por lo que es necesario que quienes tienen la capacidad de hacerlo tomen con carácter de urgencia las medidas oportunas para evitar futuros dramas humanitarios.