Una cuestión de fe

Están a punto de darles la salida; decenas de formaciones, demasiadas, aunque la Ley D´Hondt se encargará de llevar como mucho a poco más de una docena de ellas al Congreso, recorrerán pueblos y ciudades de todo el país, como auténticos charlatanes de feria capaces de dar solución a todos nuestros males, los que ya padecemos y todos los que el futuro nos pueda traer.

Todos sin excepción prometerán hacer realidad todos nuestros deseos y conducirnos de la mano hasta donde les permita su imaginación y más allá.

No sólo “ensuciarán” las calles y plazas con carteles que en algunos casos sobreviven durante demasiado tiempo como testigos de sus incumplimientos sino que durante dos semanas nos someterán a un verdadero bombardeo dialéctico en prensa, radio y televisión.

Todo ello ante una abrumadora mayoría que sin pestañear pasará a la página de deportes, cambiará el dial a los 40 principales, preferirá ver los documentales de la 2 o ese capítulo de La que se avecina que ya ha visto siete veces y si tiene conocimiento de uno de sus mítines preferirá dirigirse al bar de la esquina o pasear al perro.

No llenen nuestros buzones con sus programas y sobres de voto preparados porque en muchos casos acabarán, si hay suerte, en el contenedor azul.

Dejen de repetirnos sus “NO ES NO”, ya sea a las alianzas de gobierno posteriores o a la convocatoria de un referéndum separatista; eviten delimitar sus líneas rojas, no las tracen demasiado gruesas, porque llegado el caso les será más fácil saltarlas; dejen de alardear de lo ya hecho, porque era su trabajo y no se cuelguen anticipadamente las medallas por todo lo que piensan hacer.

Aunque las vigas en sus propios ojos no deberían permitirles ver las pajas en los ojos ajenos, las señalarán continuamente, harán de eso el eje de sus campañas y descalificarán a sus rivales ante “su” público enfervorecido e incondicional.

Metidos a eficaces doctores, se atreverán a ofrecernos tiritas antes incluso de ver nuestras heridas; nos pintarán paisajes de ensueño y si fuera necesario para llegar a convencernos, nos prometerán la luna, la luna o una renta básica que nos permita sobrevivir sin trabajar.

Es un hecho que la mayoría de los partidos cuenta con una “bolsa” fiel de electores, que les entrega su voto sean quienes sean los integrantes de sus listas, prometan lo que quieran prometer, hagan lo que hagan, digan lo que digan, tengan las mismas conductas que reprochan a sus adversarios e incluso ignoren la corrupción de sus siglas aunque las cifras sean infinitamente incomparables a las de otros.

Prometan a sus incondicionales, esos que mayoritariamente aún conservan la fe en su palabra y acuden a sus mítines y demás actos electorales; para ellos son sus “partidos de cabecera” y están predispuestos a reír sus gracias y aplaudir sus salidas de tono y sus perogrulladas; algunos incluso pueden llegar a presumir de haber dado la mano, un abrazo o un beso a sus líderes como si fueran auténticas estrellas del cine, la música, el deporte o la televisión.

No pierdan demasiado tiempo en el resto, no malgasten tan ingentes cantidades de nuestro dinero en sus “milongas”, porque la inmensa mayoría de los electores ya tiene decidido su voto y no, no será para ustedes por ingeniosas que sean sus ocurrencias, por persistentes que sean sus promesas.

No demonicen a sus rivales ni agiten el miedo como si sólo su bando estuviera ungido por el “bálsamo” de la democracia;  no pongan al electorado ante el dilema de “o nosotros o el caos”, porque saben que su elección libre no los llevará al desastre sino a los otros.

Modérense y con los pies en la tierra limítense a comprometer todos sus esfuerzos en tratar de dar solución a los problemas cotidianos, a los asuntos terrenales, trabajo, salud, educación, seguridad…

No pretendan que los ciudadanos les creamos sin más y en ningún caso pretendan que ni por un momento consideremos que los puntos de sus programas son una cuestión de fe.