tolerancia y civilización

Tolerancia y civilización

tolerancia y civilización

Hace apenas seis meses, uno se daba cuenta de lo tarde que llegamos siempre los periodistas a las noticias. Aquel Charlie Hebdo me cogió en la cola del banco y corrí al despacho y el viernes negro me cogió en el despacho sin saber a dónde ir.

El terror islamista ha venido para quedarse. A menudo, los medios evitan emitir los vídeos en los que el ISIS asesina y tortura a personas a las que considera enemigas. Un enemigo, para que nos entendamos, ya no es un occidental, sino todo aquel que no está dispuesto a interpretar el Corán como el ISIS cree. A nivel definitorio, sería como empalar a alguien por no estar de acuerdo con la interpretación que uno le dé a los libros de Nostradamus. Ser los ojos del que observa. Una locura, vamos.

A pesar de esto, el carácter expansivo del Islam que propaga esta banda de genocidas acéfalos, tiene una cama de corchopan que apesta a corrección respetuosa. Y es que uno, por edad, aquello que no se elige, forma parte de la juventud que ha crecido escuchando una igualdad impuesta, un enriquecimiento forzado en pro de defenestrar lo propio, una falsa tolerancia que nos ha llevado a estos lodos.

Los hechos manifiestan –es evidente, de hecho- que no todas las culturas tienen el mismo valor. Duran i Lleida, el Camba sin mundo del Ritz, lo explicaba a la perfección en el “Tengo una pregunta para usted” aquél programa que la televisión pública retiró por su éxito.

Las bases de una sociedad no pueden estar impuestas so criterio de la bondad, la pena o la comprensión. Mucho menos, si esas bases vienen a ser culturales. Cuando uno intenta hacer una mínima crítica con el Islam que masacró Madrid, los adalides de las causas perdidas –cinturones anchos de la socialdemocracia- gritan por la no generalización de aquellos que no son radicales pero respetan el credo islámico.

Esta teoría, sería comprensible de no chocar con la evidencia de la realidad que no es otra que la ausencia de movilizaciones sociales de islamistas que están en contra de la violencia del ISIS.

A menudo, aquellos que dudan de lo racional de los actos, tienden a enriquecer su lenguaje y jerga por medio de los eufemismos. De ese modo, para muchos filoterroristas hispanos, la banda terrorista Eta sigue siendo, a día de hoy, un ejército de liberación de aquellos que solicitaron la independencia del País Vasco. El árbol y las nueces, ya saben.

Si es incierto que impere una ley del silencio, la verdad es que con el tema del Islam falta muchísimo ruido. A todas luces es incomprensible el defecto de las muestras que pidan una expansión pacífica de esa cultura, que se oponga de manera frontal a los ‘radicales’.

La corrección política –el tacón de aguja de la socialdemocracia- contestará que las ha habido. Y las ha habido. Pero sería también interesante valorar que aquellos que en España han manifestado su posición contraria a la barbarie terrorista son aquellos que se han codeado con las altas instancias políticas que en pro de la libertad de credo, de la necesidad de votos, del libertinaje de culto, cedieron terrenos para la construcción de mezquitas que, como aquellos asquerosos antros llamados Herriko Tabernas, han servido de captación, motivación y creación de peligros públicos que nos sitúan como objetivo.

Fruto de culturas que no buscan el conocimiento sino el enfrentamiento, la posibilidad de halago a lo propio siempre ha sido considerado en la España ‘moderna’ como algo retrógrado. Y nada más lejos de la realidad. La reivindicación de unos valores que, incluyendo por supuesto a la religión cristiana, se encuentran moral y normativamente por encima de la cultura a la que respetar por norma, no debe subyugar al individuo que cree en ellas a ser un apartado de la sociedad.

Las sociedades se forman por respeto, valores y familias. El concepto ‘ciudadano’ es un concepto de nueva creación. De esos conceptos que per se exigen derechos pero de ninguna manera pueden ser llamados al orden por las obligaciones que, dentro de la mal llamada libertad, deciden saltarse a la torera.

Por ello a las culturas externas hay que dotarlas con la posibilidad de nutrir, enriquecer y fortalecer la existente que, en cierto modo, será una manera de enriquecer la cultura externa y ese es el bien común. A día de hoy, es una hipocresía el considerar siquiera que exista una sola cultura que es la zurraspa que buscaba Zapatero en aquella llamada a ser Míster Mundo que fue su Alianza de Civilizaciones.

 

La alianza la han roto. A la civilización andan persiguiéndola en España, Francia, Túnez, Kuwait o Nigeria. Si todavía hay quién piensa que el poner la otra mejilla es la solución, hemos de entenderlo como argumento cristiano. Pero conmigo no cuenten ¿acaso hay normas en las guerras?