Abajo el telón

Lugar cuanto menos interesante el que he elegido hoy para escribir esta entrada. Con la vista puesta en los leones del Congreso de los Diputados, me siento más que inspirada. Tras un pequeño parón vacacional, la vida sigue y la política también… más que nunca. Agosto es el mes de las guerras y reformas; las sombrillas apagan el sonido de las metralletas y las olas apaciguan nuestro sentimiento reivindicativo. En Gaza sigue muriendo gente y mis vacaciones no pueden llamarse del todo así, pues las pasé trabajando.

Quien haya conversado conmigo más de cinco minutos conocerá mi pasión por el teatro, por ello no se puede decir que lo mío fuera un trabajo en el sentido negativo de la palabra. No se puede llamar trabajo a algo que adoras hacer. Pasé la última quincena de julio enseñando teatro a jóvenes; y de nuevo con la vista puesta en los leones, recuerdo a los que desde dentro de ese Congreso legislan y condenan a mi añorada cultura.

Me gustaría que desde una pequeña mirilla aquellos que nos gobiernan pudieran ver lo que las Artes Escénicas son capaces de hacer con los jóvenes. Un remanso de educación, de alegría y de ganas de hacer las cosas bien. Gente joven que sueña, que cree, que trabaja, que lucha… Gente con potencial que encuentra su lugar en un escenario. Lástima que desde este precioso edificio sean incapaces de verlo, lástima que desde esta obra de arte aniquilen la cultura, reduciéndola a su mínima expresión.

Gracias a un reportaje que hice con un colega, este año, pude comprobar la agonía que vive el mundo del teatro; un reportaje homónimo a esta entrada que con un nudo en el estómago me hizo comprobar cómo, a veces, aunque «el show deba continuar, sencillamente, no puede.

La cultura es en lo primero que se recorta, lo primero que no es necesario, pero, ¿qué es el ser humano sin cultura?, ¿qué nos hace diferente del resto de las bestias?, ¿qué será capaz de darnos la satisfacción que nos da la música o el teatro?

La cultura educa, nos hace grandes y nos hace sentir. Ya lo dijeron en El Principito «lo esencial es invisible para los ojos», por desgracia, lo señores de traje no tienen lugar en sus cuentas para lo invisible. Que sigan haciendo de las suyas; que mientras un palo pueda ser una espada y una bolsa de basura el traje de un ser inventado, el teatro no morirá. Como bien dice un amigo, a pesar de esta lacra que recorta y hace daño, «Nunca dejes de hacer lo que te gusta«.