lucha interna

Lucha interna

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Hoy me he estirado la falda, me he cruzado con un hombre que me ha mirado lascivamente y yo… me he estirado la falda. He tenido el deseo irrefrenable de taparme.

No es la primera vez que me pasa. En lugar de sentir asco por quien me objetivizaba con su mirada, me he sentido culpable.

A menudo me canso de mi conversación machacona sobre el feminismo, de tener que repetir cien mil veces que no soy un objeto, que tengo derecho a estar cabreada y que no quiero pedir perdón por ponerme histérica cuando alguien nombra las denuncias falsas o me dice aquello otro de que la brecha salarial no existe. Estoy cansada de negarme a reírte tus gracias y a que no entiendas que con la violencia de género no me vale ninguno de tus miserables chistes, por ingenioso que te creas. A veces, es agotador andar con la escopeta cargada y estar siempre a la defensiva, la lucha feminista es dura, porque los ataques machistas no entienden de vacaciones, ni de fueras de servicio, ni de horarios de descanso.

Aún así, hay una lucha aún más dura que no va contra los machitos que me encuentro cada día, es una lucha mucho peor, es la lucha interna que vivo a diario. Esa en la que me sorprendo a mi misma estirándome la falda, subiéndome el escote o justificándome por lo que hago o dejo de hacer. Momentos en los que me vuelvo inmune al número de mujeres asesinadas. Veces en las que veo a otras mujeres como enemigas o competidoras. Ocasiones en las que me avergüenzo por no ir bien depilada. Y después de pensar todo esto, intento convencer al mundo de que no tiene derecho a juzgarnos a nosotras las mujeres cuando mi mente no deja de hacerlo. Es la dicotomía entre mis deseos y el imaginario colectivo patriarcal y machista que me introducen en el cerebro desde esta sociedad enferma. Prometo que es de locos, los pensamientos inconscientes que se despiertan en mi mente y la activista feminista que ruge intentando apagarlos.

Tras años de lucha feminista… hoy, me he estirado la falda.