Borja Fayos, nombre propio de la 82ª edición del Gran Premio de Madrid del Hipódromo de La Zarzuela

@DarioNovoM

El Gran Premio de Madrid es la mejor noticia de un domingo que miraba a Rusia. Lo primero, lo primero. Borja Fayos a lomos de Zaskandil (Bloke) se llevó la carrera más importante del año en la región. Fue la quinta de siete aunque este que escribe no asegura que más allá de la del número cinco se disputaran: la desbandada fue general y es que el Mundial, no nos pongamos estupendos, manda.

El Hipódromo de la Zarzuela podría ser una inspiración constante para Carolina Durante. Para los que venimos de fuera, todos tienen pinta de llamarse Cayetano. Es cierto que las horas de inicio de las carreras desprenden ciertas caras de preocupación por las que se liaron anoche los repeinados y bienvestidas, pero Juan y Jaime me comentan que esto ya no es lo que era.

-Constructores y «traperos» eran habituales aquí.

De aquello solo quedan los recuerdos de los que hoy saben de caballos. Podemos hablar pues de una democratización de los hipódromos, el sueño de Esperanza Aguirre con otro de los deportes considerados elitistas, cuando la condesa decidió que la mejor manera de crear zonas verdes era hacer campos de golf. Hoy Canal se desmonta como un Lego y La Zarzuela acoge a gente variopinta.

A las carreras de caballos les pasa como al fútbol cuando uno no es un hooligan en hibernación: si no apuestas, importan lo mismo que la despoblación de Canadá. El juego se palpa en el ambiente. No tanto por las numerosas taquillas que expiden boletos sino por las conversaciones y la búsqueda de los que saben que, en este caso, no son quienes un grupo de expertos dicen que saben sino aquellos que se forran con estas lides.

Sin embargo, el prejuicio del déspota multimillonario como principal asistente al sarao queda desmontado en cuanto uno da un garbeo. La normalidad acude a cualquier encuentro que suene a fiesta, así es el español, y la fiesta es el ambiente natural de La Zarzuela. Entre Pompeii y camisas Ralph Laurent abiertas hasta el ombligo, de las cuales no se puede acreditar su veracidad, se esconde lo que en mi tiempo llamábamos el ‘pijo del Jácara’, una discoteca de gente vestida muy cara que, tras una entrada de 10 euros, cobraba el combinado a 1.

Inicio

El camino al Hipódromo nos pilla con la entrada al Valle de los Caídos. «¿Y si hay este atasco a la vuelta?», me dicen.

-No os preocupéis, son de Franco pero más del fútbol.

El parking del hipódromo, de tierra y orden, tiene un par de zonas diferenciadas entre socios y no socios. Para aparcar en un sitio u otro no hace falta acreditación alguna, solo buena voluntad. La diferencia, sin embargo, se encuentra en el precio de los bólidos.

La primera carrera reparte en premios más de 30.000 pavos. Es el segundo montante más importante del día. Las gradas pueden falsear muchas cosas, como la sensación de lleno. Pero no. Lo está. Se lo lleva el portugués Ricardo Sousa, a lomos de Gueraty, y parece como una manera de enmendar todo el daño que a nuestros vecinos les hizo ayer Uruguay.

En la segunda, de potros va la cosa. Entre carreras, visitamos un garito cruzando el paddock que tiene entre sus fieles al filósofo sin lectores Fernando Savater. Al vuelo cazo la jugada en un ambiente de napolitanas de chocolate y tercios de Mahou. Me llevo una gemela reversible porque Magal y Belle Plante llegan primero y segundo.

La tercera de las carreras me lleva al bar central a tener un detalle con mis mentores en esto de los caballos. Es como cuando uno va al bingo: si te toca, pues pagas los cartones. El precio de las cervezas y una bolsa de patatas artesanas, que son como las no artesanas pero con una bolsa de color madera, me hacen pensar que estoy en Ibiza. Como no tengo a quién copiar la apuesta, me voy a lo favorito en trío no reversible. Y palmo. Soupha es la mejor de las yeguas seguida de Electra Voice, montada por Borja Fayos que, a esa hora, no sabía que iba a ser el Iniesta del día.

 

Nudo

En las gradas el calor aprieta como de lucha de clases: el sol es justiciero con quien llega tarde y la sombra agradecida con el previsor. Entre ambas, escasos centímetros. Una señora a quien pedimos un pequeño desplazamiento entra en cólera porque no hay sitio para ello azuzada por la que se encuentra en el extremo de la fila.

-Perdón, sí, nos movemos -me dice 15 segundos después-. Pensé que estábamos más cerca…

-Sí, no se vaya usted a caer al precipicio de 15 centímetros entre el banco y la escalera.

La cuarta carrera me motiva sobremanera. Me dicen que es la peor de las que han visto en años y que son aprendices y jinetes jóvenes quienes montan a los caballos y a las yeguas. El remate es que es una carrera patrocinada por el ¡Hola!. Mientras empiezo a calcular ingresos y gastos, y tras decidir que quiero disfrutar del dantesco espectáculo que me presagian sin euros mediante, bajo al aseo que se encuentra a ras de pista.

En los meaderos hay dos tipos con bayetas y polo negro, bordado con el logo del Hipódromo, que se pasan el trapo de una mano a otra como quien juega con un diábolo. No están muy concurridos y están tremendamente limpios. Los váteres. Los señores se encuentran en la zona de los wcs con puerta y decido tirar a los de pie. La presencia me hace reflexionar: esas bayetas es posible que se encuentren como el día de quitarles el plástico porque, con vigilantes, a ver quién se mea fuera.

La carrera no defrauda. Es mala de cojones. Se lo lleva Doctora Cookie que es nombre de yegua como puesto a desgana. Le sigue Holloko, un nombre como de sonido gutural. El podio, si es que existe, lo cierra Qossomir, un nombre puesto por algún cabrón para darle sentido a este tipo de crónicas.

 

Desenlace

Cuando llega el momento de la quinta, empezamos a agradecer que en los hipódromos la puntualidad sea británica y no española, incluso cuando te encuentras en un hipódromo de España. La tensión no sé bien si es porque tenemos mesa reservada a las 15.00 y a 40 kilómetros o por el Gran Premio que es número 82 de los que se celebra en la capital.

La gente comienza a andar rápido, como cuando estás en un Bershka en rebajas y el tono de las conversaciones sube, sin discusiones eso sí, como en una cola de Pachá. Son 11 los caballos que tendrán opciones para jugarse los más de 100.000 lolis que se ponen sobre la mesa de una competición que patrocina Mahou. El patrocinio empieza a darle algo de sentido al evento: la carrera cutre por excelencia lleva el sello de una revista del corazón y la importante la firma la cerveza. La democratización del gusto.

Las colas en las ventanillas de apuestas se hacen desde el fin de la cuarta. Es una necesidad como de formar parte de lo importante, como cuando decimos que somos campeones porque unos tenistas ganan la Davis o el equipo con el que simpatizamos, es campeón de Liga. Sin en Hacienda somos todos, en los éxitos deportivos también.

La grada, sin embargo, guarda su rigor. Se llega puntual pero no antes. Mi Tuvalu, montado por Gelabert, decide dar una vuelta de reconocimiento en sentido inverso a la zona de salida. Se hace la pista entera. No sé por qué, a la postre, me recordó a Fernando Alonso; esas aspiraciones, ese adelanto, ese favoritismo, esa puta ruina. En la zona de podium, hay señoras con estandartes con el nombre de los caballos y la información del programa de mano. Para que no acusen de cosificación, también hay tres señores. Apostamos por la 7.

La Valkyrie montada por Martínez demuestra maneras desde el principio en una carrera larga y un tanto excitante para los compañeros de graderío que nos rodean a Juan a Jaime y a mí: corean a los caballos como si les oyeran y lo que es peor aun, como si les conocieran. Son 2.500 metros sobre el verde y yo temo que mi Tuvalu acuse el esfuerzo, como Nairo en el Tour por tener que levantarse de la cama.

En el final, Zascandil se impone a Hipódamo de Mileto seguidos de La Valkyrie. Y es que no me digan que no, solo los nombres merecen que estén en esta carrera. Son nombres llamados a la épica que consigue Fayos quien alienta a la grada como un Cholo Simeone en trance pidiendo la ayuda del Calderón. Salta del caballo al llegar al podium y a mí me da por pensar en cómo he desaprovechado mi escasa altura en manjares excesivos con lo bien que hubiera saltado de una yegua.

El día nos sale redondo con la victoria de Zascandil. Comidos por servidos que es «el consuelo de los pobres» cuando acudimos a estos sitios o a los casinos, o al bingo o a hacer la Declaración de la Renta. Al esperar a los resultados definitivos en las ventanillas de apuestas, hay gente con más ansia por coger el premio del boleto que los muchachos díscolos que buscan sitio en las cundas de Embajadores.

Bien es cierto que, como en el barrio del distrito Centro, el objetivo conseguido es un motivo de sonrisa. La pista central que acumula food trucks y ropa de diversas marcas de cuyo precio no quiero acordarme, luce un sol de escándalo y presenta buen plan para las carreras nocturnas que comenzarán tras este Gran Premio de Madrid.

En el coche, de vuelta, enchufamos la radio que se mueve entre la posible alineación de Hierro y la carrera de motos de Holanda. La primera noticia es que Nacho ocupará el puesto de Carvajal. En ella, se cuelan multitud de adelantamientos entre Dovizioso, Márquez, Lorenzo y Viñales. Miro el bolsillo y no llevo boleto alguno que justifique la emoción y me centro en la alineación de Fernando Hierro, ya completa, que fue, al fin y al cabo, otro motivo que no ha justificado ilusión alguna.