Crímenes contra la humanidad

Vaya por delante que todo ser humano tiene el legítimo derecho a buscar las mejores condiciones de vida para sí mismo y para sus familias.

Quienes por caprichos del destino han tenido la suerte o la desgracia de nacer en un lugar determinado del planeta, independientemente de su raza, color, religión y costumbres, deberían disfrutar de una vida digna, al margen de la mayor o menor riqueza de sus territorios.

La realidad es que el mundo, más allá de la enorme diferencia física de todas sus zonas geográficas, presenta enormes desigualdades en cuanto a la salud, la enseñanza, la libertad, las expectativas de vida, las oportunidades laborales, las posibilidades de alcanzar bienes y servicios…

Cualquier persona debería tener la posibilidad de llegar a la cumbre por muy bajo que sea el punto de partida que le ha correspondido en suerte al nacer, pero en la práctica resulta poco probable que eso se convierta en realidad.

En este mundo, subdividido en pequeños y grandes mundos de primera, segunda y tercera categoría, un buen número de quienes habitan el escalón más bajo, pasan calamidades en su día a día, viven sometidos o en guerra o son perseguidos por sus circunstancias personales o por sus ideas y sobreviven buscando la forma de ascender a los escalones inmediatos,  sólo tienen el objetivo vital de llegar a nuestro mundo y aprovechan cualquier medio, cualquier oportunidad para intentarlo.

Durante décadas han estado llegando a las costas de nuestra Europa de las oportunidades miles de hombres, mujeres y niños;  son muchos los que lo han conseguido, son demasiados los que se han quedado en el intento, engullidos por las aguas de ese Mare Nostrum que tanto nos une y tanto nos separa.

La llegada de inmigrantes a nuestras costas, que se ha multiplicado hasta cifras espectaculares en los últimos meses, viene siendo como un goteo incesante de desesperación y supervivencia que llega a desbordar las buenas intenciones de quienes ya en nuestras puertas, les ayudan, los reciben, asean, alimentan y alojan.

Esos inmigrantes, en su legítimo intento, son la “mercancía” utilizada por un puñado de gente sin escrúpulos que han convertido su mafioso negocio de “transporte” en una actividad muy lucrativa que deja en un segundo plano la seguridad y la vida de los “viajeros” y al mismo tiempo hipoteca a sus familias con elevados importes que a buen seguro les costará años, sangre, sudor y lágrimas conseguir.

Ese grupo de individuos que exponen la vida de tantos seres humanos desesperados y cobran a precio de oro hacer realidad sus sueños, son los responsables de cada una de las muertes que casi diariamente se producen, cada vez que, estando ya a la vista la tierra firme europea, los abandonan a merced del mar en barcazas maltrechas o simples balsas neumáticas, dando por hecho que algún barco de las ONG´S o las patrulleras de los países costeros harán el resto del trabajo.   

¿Tan difícil resulta impulsar judicial y penalmente la persecución de esos mafiosos desalmados que han convertido en su medio de vida lo que, se mire como se mire, es un rosario constante de crímenes contra la humanidad?.