La cuesta de la «nueva normalidad»

(Dedicado a la memoria de todos los fallecidos)

Acabamos de salir a las calles, la mayoría tras haber permanecido encerrados sin pisarlas desde un ya muy lejano 15 de marzo y sin haber asimilado aún la euforia de la pequeña “liberación”, vienen los científicos (desconocemos si entre ellos se incluye a los “sabios” de cabecera del gobierno) a aguarnos la momentánea “fiesta” que, tan atento siempre a los detalles, nos ha “regalado” este gobierno bicolor, asegurando que la segunda oleada de la pandemia del coronavirus podría producirse no ya en un futuro próximo, sino dentro de dos meses, en julio.

Definitivamente no ganamos para disgustos y ahora, cuando ya todo el mundo puede salir a hacer deporte, incluidos quienes antes se colocaban el chándal sólo para ir a hacer la compra a Carrefour; cuando los más pequeños ya pueden jugar fuera de casa, corretear como potros desbocados, montar en bici e incluso cruzar saludos a distancia con amigos y compañeros de clase; cuando ya determinadas actividades comerciales han comenzado a abrir tímidamente las puertas de sus negocios para simular una vuelta a la normalidad con cita previa… nos recuerdan que todo lo vivido, todo este tiempo de encierro, temor e inseguridad, no ha sido más que una simple etapa.

Una breve pero dolorosa etapa de una durísima carrera de fondo en la que ya, a día de hoy, oficialmente, 25.428 de los nuestros se han quedado en el camino, víctimas del más despiadado de los virus y de la incompetencia y los errores de quienes recibieron en las urnas los votos necesarios para encargarse de velar por nuestro bienestar, nuestra salud y nuestra seguridad y no actuaron en tiempo y forma como cabía esperar.

Ellos, elegidos para gobernarnos, se han convertido en los dueños de nuestra libertad y la administran a su criterio; son ellos los que nos van dictando los pasos que podemos dar en este camino desconocido en que se ha convertido nuestra nueva existencia.

Y no es un recorrido fácil, a diestra y siniestra se nos advierte de los peligros que se esconden a lo largo de su trayectoria retorcida y empinada y sabemos que una buena parte del éxito depende de nosotros, de cada paso que ya hemos dado y de cuantos vamos a dar cada día de ahora en adelante.

No es una carrera al uso en la que llegar a la cima los primeros garantiza los honores del ganador; lo importante es llegar arriba y hay que subir con cabeza esta inquietante cuesta que conduce a una “nueva normalidad”, que en ningún caso va a ser la normalidad de antes.

Se irán cubriendo etapas, día a día, sin prisa y sin pausa; las dificultades no van a permitir, lamentablemente, que todos podamos coronar la cima; habrá más bajas, más tristeza, más dolor, muchas más lágrimas por las ausencias y todo apunta a que cuando contemplemos el paisaje desde una perspectiva más alejada, la desolación será similar a la de un campo devastado por la más encarnizada de las batallas.

En nuestras manos está un gran porcentaje de la victoria contra este enemigo cruel, silencioso e invisible que se ha colado en nuestras vidas; más allá de la crisis económica, la pérdida de empleo y el empeoramiento del bienestar social que conseguimos con tantos esfuerzos colectivos, lo importante es mantener todas las precauciones, para que cuando nos ataque de nuevo, en esa próxima oleada de contagios, nos encuentre preparados para derrotarlo definitivamente.