Atlético de Madrid 2-0 FC Barcelona: Contundencia rojiblanca

El Atlético de Madrid no tenía nada que ganar y mucho que perder. Y tilden al que escriben de ventajista -que le es igual- pero la historia empieza por ahí. El ‘Pupas’ ese que se conformaba con una derrota en los últimos minutos, con una justificación moral (y/o económica) o con la suerte se perdió. No existe. Y nos encanta.

El equipo de camiseta ayer azulada y por historia rojiblanca ha dejado de pedir pañuelos para empezar a venderlos. Es más una tendencia que un hecho fehaciente pero ayer fue un hecho fehaciente que materializa una tendencia.

El Barça fue peor. A las bravas. Tendemos a valorar a los equipos por el peso de los salarios o las glorias conseguidas y eso en el Calderón sirve para mojar papel durante la semana y para irse derrotado. Los primeros minutos atestiguaron, a pesar de esto y como conclusión, que el partido loco le era favorable a los culés y todo se fue relajando como un paseo por la playa a lo que quiso Simeone.

El Atlético de Madrid ocupaba los espacios y presionaba. Anulaba por entonces a todos los jugadores culés y ya era el minuto 25. Desde fuera podía sólo cronometrarse el tiempo que durarían así o que los otros se cansaran pero, lejos de eso, el Atleti quiso campo y lo tuvo. Culpa de Koke, de Saúl, de las anticipaciones de Godín, del achique de espacios de Carrasco o de Griezmann en toda su brillantez.

Ocurrió que hay jugadas parecidas pero con desarrollos diferentes. Saúl la puso tras un error de Alba y Griezmann conectó con la red de cabezazo soberbio como un francés. A Antuan le pasa que se hace mayor por ratos y siempre crece. Esperemos que crezca sintiéndose chico o que no crezca y sea siempre así: uno de los mejores jugadores del mundo.

Los minutos siguientes al gol, a los del Atleti se nos hizo una bola similar a comer un bocadillo de cortezas. Fue más por el gol que por los ataques. Fue más, de hecho, por el minuto que por el gol. Fue un tiempo que, en fin, quisimos perder.

La reanudación volcó al Barça como un mando a distancia sin pilas. De vez en cuando funcionaba por esa carga de fútbol genial que maneja pero era tan desigual que miraba al precipicio.

Turan y Sergi Roberto aparecieron como estigmas: se notaba, pero solo quien quisiera creerlo. Luis Suárez, por ejemplo, sí probó a Oblak y demuestra que siempre lo hace. Es un amigo con el que es imposible salir y no pelearse.

Cuando el pastel se hacía por un lado del horno, una contra del Atleti devolvió el pitido a la familia que veía placentera el televisor. Iniesta cortó con la mano el 2-0 dentro del área y el penalti que supuso el 2-0 lo transformó Griezmann. Como quien retrasa una sentencia.

Al Barça le quedaba marcar y forzar la prórroga y así lo hizo. En su ataque, Gabi cometió una mano pitada fuera del área. Era dentro. Era penalti. Pero fue pitada fuera y con ese disparo, fuera también, murió el Barça.

El Atleti no vio nada nuevo: dos de dos derrotas culés en cuartos en tres años. Luis Enrique se echó toda la culpa y quizá la tenga. O quizá no. Simeone anda tres días por delante de cualquier entrenador de los ‘tops’ a día de hoy y sólo queda que el matrimonio con la plantilla le sea fiel y solvente. Y no dejar de creer, claro.

Darío