El  debate político en España, ‘Y si no nos enfadamos’

Este titular me trae a la memoria un verano del 74 en una de mis primeras visitas  al cine, Capitol para más señas, en la que mis padres me llevaron  a ver una película de esas que llamaban de estreno,” Y si no, nos enfadamos”.

Una película cómica en la que esa entrañable pareja de actores compuesta por  Bud Spencer y Terence Hill se liaban a tortazos con unos matones  que les destrozan un espectacular Buggy que acaban de ganar  en una carrera, y  de la que la inseparable pareja cinematográfica  reclamaban  lo que era suyo o de lo contrario, se enfadarían.

 Pues bien la política española  se está convirtiendo en algo parecido, excepto por  los tortazos, pero ojo, al tiempo, ya que el deterioro y la confrontación es tal que la desconfianza hace irreconciliable una relación cordial estable y de concordia, que veremos si algún dia no llegan a las manos, visto lo visto.

En los últimos años, la política en España  ha tomado una deriva tan preocupante, que el estado de desgaste con tanta bronca diaria sin prejuicios, educación y juego limpio está convirtiendo a la política eso de lo que nadie quiere hablar. 

Lo que debería ser un espacio de diálogo, consenso y búsqueda del bien común, se ha convertido en un escenario de enfrentamiento constante, descalificaciones y estrategias partidistas que anteponen los intereses electorales a las necesidades reales de la ciudadanía.

El debate público se ha empobrecido. En lugar de discutir ideas o proyectos de país, los partidos se enzarzan en luchas de poder y en campañas de desprestigio.

La polarización ha alcanzado niveles que dificultan cualquier entendimiento, y la crispación se ha instalado como norma en el Congreso y en los medios de comunicación.

Este clima no solo erosiona la confianza en los políticos, sino también en las propias instituciones democráticas.

Uno de los grandes problemas es la falta de autocrítica.

Pocos dirigentes reconocen errores o asumen responsabilidades. Se prefiere culpar al adversario antes que construir soluciones compartidas.

Mientras tanto, la ciudadanía observa con creciente desencanto cómo la política se aleja de sus preocupaciones cotidianas: el empleo, la vivienda, la educación o la sanidad.

A este deterioro se suma el auge de los discursos populistas, que simplifican problemas complejos y alimentan la división social.

La política se ha convertido en espectáculo, más pendiente de la inmediatez de las redes sociales que del trabajo serio y sosegado que exige gobernar.

No todo está perdido, sin embargo. España cuenta con una sociedad civil activa, medios críticos y una ciudadanía que sigue creyendo en la democracia, aunque esté cansada de sus representantes.

La regeneración política es posible, pero requiere una profunda renovación de las formas y de las actitudes: más transparencia, más respeto y, sobre todo, más sentido de Estado.

Mientras no se recupere la confianza entre los partidos y entre estos y la sociedad, la política española seguirá navegando en aguas turbulentas.

Y en ese mar de crispación, quien más pierde no son los políticos, sino los ciudadanos.

España atraviesa desde hace varios años una etapa de tensión política constante. Los debates parlamentarios se caracterizan más por los ataques personales que por el análisis de propuestas.

La crispación se ha convertido en el tono habitual, tanto en el Congreso como en los medios y las redes sociales.

Esta polarización impide alcanzar grandes acuerdos nacionales sobre temas clave como la educación, la vivienda, la financiación autonómica o la reforma laboral. 

Existe una inquina que traspasa  ya el asunto político y se mete de  lleno en los temas  personales, familiares , etc que rayan con la indecencia.

La tradicional alternancia entre dos grandes fuerzas —PP y PSOE— ha dado paso a un escenario con múltiples partidos (VOX, Sumar, Podemos, ERC, Junts, etc.).

Aunque esto enriquece la representación, también ha hecho más difícil formar gobiernos estables.

Esto genera una  falta de acuerdos que  ha provocado episodios como el bloqueo en la renovación del Consejo General del Poder Judicial, que lleva años sin renovarse, lo que genera desconfianza en el sistema democrático.

El auge de discursos extremos y simplistas, amplificados por las redes sociales, ha erosionado el debate racional. Se apela más a la emoción y al miedo que a la reflexión y los datos.

Los escándalos de corrupción que han afectado a distintos partidos han minado la confianza ciudadana. Muchos ciudadanos sienten que los políticos actúan en su propio beneficio y no en el del país.

La política se ha desvergonzado y es que sus líderes buscan titulares y likes en las redes sociales para su agasajo particular, antes que consensos. Esto favorece el enfrentamiento y dificulta los acuerdos discretos y constructivos.

 Se ha provocado tal desconfianza ciudadana que el votante de a pié ya no  les cree y por el contrario  se han convertido en una las principales preocupaciones de la ciudadanía.

Existe mucha desmovilización y apatía cada vez más personas se sienten desconectadas de la política, lo que reduce la participación y fortalece a los extremos.

Esa polarización, vaya con la palabreja que antes nadie conocía, ha generado tal división social que afecta a familias, grupos de amigos, incluso empresas afectando de tal modo que empieza a motivar desafecciones en  las relaciones personales y familiares.

Entiendo que la solución es complicada pero si se busca el fomento de una ciudadanía  bien informada y participativa que no se deje manipular por mensajes simplistas.

Que se garantice la independencia judicial, que se mejore  la transparencia que se endurezcan  endurecer las sanciones por corrupción, otro gallo nos cantaría.

Por otro lado si se impulsasen mas unos  liderazgos más éticos menos autocráticos con mas  diálogo entre fuerzas y mecanismos de participación interna más democráticos seguramente el agua  se vería mas clara. 

 Apelo también a la responsabilidad de  los medios de comunicación, combatiendo  la desinformación y bulos interesados y partidistas que no son mas que opiniones sectarias, sesgadas, y financiadas   que promueven la confusión y la confrontación.

Todo lo contrario será  promover debates de calidad que ayuden a la ciudadanía a formarse una opinión propia y sin manipulación.

 Conclusión, a mi entender, se debe recuperar la gallardía política el respeto, sin él, la democracia es inútil, hay que  escuchar al contrario y buscar puntos en común es esencial para reconstruir la confianza política, que sean más cosas las que les unan que las que les distancien.

La solución no pasa solo por cambiar de partidos o de líderes, sino por recuperar los valores democráticos, el respeto, la honestidad y la voluntad de diálogo.

Solo así podrá la política volver a ser lo que nunca debió dejar de ser,  una herramienta al servicio del bien común. No sé si llegaré a verlo.