pitar el himno

Pitar el himno

pitar el himno

Dicen que la última polémica del fútbol viene creada por la presunción fundamentada de unos pitos al himno cuya ausencia es rara avis cada vez que en estos últimos años se enfrentan el Barça y el Bilbao que, siendo francos –perdónenme la boutade-, son más de las que nos gustaría. Resulta que los emparejamientos vienen precedidos de una dosis de amenazas concretas y explícitas a los símbolos a los que ya defenestraron en Mestalla y el Calderón.

Les aseguro que uno no peca precisamente de monárquico y que ve la república como la mejor de las opciones posibles. El fulano que esto escribe, empezó a votar a los tres años cuando se comienzan a elegir a los delegados de clase y así ha pasado uno toda su vida: votando a comunidades de vecinos, comunidades autónomas o a políticos que con el dinero de la comunidad, acabaron haciéndose autónomos. Con lo que hablamos de crítica pero de respeto a unos símbolos.

El Rey, la bandera, el himno. Dos de los cuales a mí me representan. El otro no y ya les expliqué. Por ello, los pitos en cuestión –tan esperados, tan preparados, tan tabarrón- son una forma de la mala educación de la mala que como el tractor amarillo, es lo que se llevaba antes.

Bartomeu, de hecho, no quiso la final en el Camp por miedo a esos pitos provenientes de lo propio que algún día él defendió. A fin de cuentas, la imagen de un Club que se cree ser más que eso importa más que una reivindicación con tintes teatrales. Tampoco vamos a negar, a estas alturas, el poder del euro por encima de la camiseta.

Curioso es, llegado el caso, el posicionamiento de Iniesta. Aquel menudo centrocampista al que recordaremos por hacernos partícipes de nuestro sueño futbolístico de ser Campeones del Mundo de fútbol. Se escribe pronto pero, antes, lloramos mucho.

“Al final a mí lo que me importa es ir a jugar, es disputar un partido muy bonito y todo lo demás pues son cosas extras del fútbol que nunca son buenas.”

Dijo el susodicho. Su mejor regate. De no ser porque las fintas en este sentido quedan muy al borde de lo que se pudiera pedir a alguien que quedó congratulado por un mísero gol. Porque seamos sinceros: al olimpo de los dioses del fútbol ni siquiera acceden los mejores. No quiero vulnerar con esto la valía, el genio y el duende del albaceteño. El mismo que dijo que: «Me siento de Fuentealbilla, español y catalán; no es incompatible» recordándonos a aquel vídeo viral del señor embarazado que era a su vez policía, Testigo de Jehová y del Opus Dei.

La incompatibilidad no será el principal eximente de la verdadera exhalación: la cobardía. Y como en el debate de Nart y Bescansa, hasta un estudiante en la Logse entiende lo que debe ser una respuesta a una pregunta en la que te dan dos opciones: la del sí o la del no. Ni con esas.

A saber,  los detalles no serán tanto de hombría como de educación. De recordar es aquella noche de la plantada en la banda al Atlético de Madrid en la competición en la que, ay, nunca fueron sancionados. Para faltar al respeto hay que tener cojones pero también dinero y eso lo demostró una sanción posterior al Racing de Santander.

Los cojones son muy españoles aunque los emplee Bartomeu, que es un tipo que también utiliza la lógica para no querer que se pite en su campo. Llegado al caso, los que se visten de catalanistas dirigidos por un cretino le recuerdan a uno lo de Foxá y los Boy Scouts:

“Son un grupo de niños vestidos de gilipollas comandados por un gilipollas vestido de niño”.

Ahora cambien niño por catalanista y gilipollas por cretino. Y agiten.

Darío Novo