Entre iluminados y gente de pocas luces
En 2020, en los días más duros de la pandemia, se hartaron de repetirnos que la nuestra era “la mejor sanidad del mundo”, algo que el Covid 19 pronto se encargó de desmentir categóricamente, ocasionando más de 120.000 fallecimientos “oficiales”.
Quienes en aquellos dramáticos días nos aseguraban que “no iban a dejar a nadie atrás”, quedaron en la más desgarradora evidencia a medida que los cementerios se llenaban de tumbas.
Y como no podía ser de otra manera, los desastres, naturales o de cualquier otro tipo, se suceden periódica y caprichosamente.
El 4 de noviembre de 2021, la presidenta de Red Eléctrica Española, Corredor, ex ministra de Zapatero, elegida para el cargo por el dedo “omnipotente” de quien hoy nos gobierna, presumía de que “en España tenemos yo diría el mejor (sistema eléctrico) del mundo y no hace falta cambiar los hábitos de vida porque en España no hay riesgo de un apagón eléctrico”, “tenemos muchísimas tecnologías para garantizar el suministro”, “tenemos energía eólica, hidroeléctrica, fotovoltaica… (curiosamente no nombró la energía atómica considerada verde por la UE).
Incluso bromeaba diciendo “no creo que haya que hacer acopio de velas salvo que quieran irse de excursión (una persona que acabaría falleciendo la tarde noche del apagón estaba utilizando una vela para alumbrarse).
A raíz de la miserable invasión de Ucrania por parte de la Rusia de Putin, el 24 de febrero de 2022, nos aseguraron que la posibilidad de un gran apagón en España era poco menos que imposible, un bulo de la derecha y la ultraderecha para desestabilizar.
Lo hizo Sánchez, solemnemente el 6 de septiembre de 2022 en el Senado, cuando tajantemente repitió en tres ocasiones “no va a haber apagones de electricidad”.
Nueve días más tarde dijo “ni apagones, ni cortes de suministro en España, ni ninguna de esas escenas apocalípticas que desean pero no dicen la derecha española” y el 18 de octubre añadió “no se van a adoptar medidas drásticas, ni apagones, ni cortes de suministro de esos que pronostican los creadores de bulos”.
Y como suele ser habitual, desde entonces, su coro de adoratrices, adoradores y elementos de sus medios afines abundaron en la misma idea, descalificando de paso a quienes no pensaban lo mismo.
El pasado 9 de abril, Red Eléctrica, en sus redes sociales aseguraba “no existe riesgo de apagón, Red Eléctrica garantiza el suministro”.
Cierto es que la mayoría de los españoles nunca tuvo confianza ciega en las palabras de todos ellos; y no se equivocaban, el lunes 28 de abril, a las 12:33 la cruel realidad sorprendió a toda España con un apagón histórico, que paralizó el país y dejó incomunicada a la población, a miles de viajeros encerrados en trenes de alta velocidad varados en medio de la nada, encerrados en los ascensores y lo que es más triste y lamentable, como efecto colateral, ocasionó varias muertes entre las personas que necesitaban respiradores para seguir viviendo.
Resulta un sinsentido que se exija una preparación y unos conocimientos básicos para optar a un puesto de jardinero en Brazatortas del Monte y no lo sea para asumir, con unos sueldos de escándalo, responsabilidades del máximo nivel en empresas públicas, para las que basta haber sido miembro del partido del Gobierno, cargo político descabalgado de las listas o simplemente amigo o colega de quienes deciden nuestra forma de vivir y gestionan nuestros impuestos.
En pleno siglo XXI nos seguimos moviendo entre iluminados y gente de pocas luces, así que el pesimismo y la desconfianza crecientes ya no deberían sorprender a nadie.
Desconocer aún cuales fueron las verdaderas causas del apagón histórico es motivo suficiente para pensar que pueda volver a repetirse una situación similar en cualquier otro momento.
Y mientras se depuran las responsabilidades del desastre y se localizan los ya famosos 15 gigavatios “esfumados”, quien más quien menos, anda llenando de conservas su despensa, comprando una radio, una linterna, las pilas, las velas, el hornillo y… las cerillas, por si llegado el momento nos vemos obligados a quemar sus seis tomos de promesas incumplidas para poder calentarnos un bote de fabada.
Pero que no cunda el pánico, por más que sus esfuerzos por tranquilizarnos no sean lo convincentes que quieren hacernos ver y nos generen aún más incertidumbre, la vida continuará y con suerte tal vez sin ellos.