El palacio del infante don Luis

Mala no fue la vida del infante don Luis Antonio Jaime de Borbón y Farnesio (1727- 1785), hijo del primer rey Borbón de España, Felipe V y de su segunda esposa Isabel de Farnesio. Y hermano del rey Carlos III y de los también reyes (por parte de padre) Luis I (reinado efímero) y Fernando VI.

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El ser un infante segundón y las escasas posibilidades de reinar (quinto en la línea de sucesión al trono) le devengaron, sin embargo, una vida regalada y espléndida en la que pudo realizar esas actividades tan importantes para un reino y que constituyen la identidad de la dinastía borbónica que con tanta aplicación han practicado en beneficio de la corona, es decir, del país: la caza, la danza, la música, el tiro, la esgrima, no necesariamente en ese orden.

A los ocho años y gracias a los esfuerzos de sus progenitores inició una fulgurante carrera eclesiástica y fue nombrado arzobispo de Toledo y poco después cardenal presbítero de Santa María della Scala, en Roma, y arzobispo de Sevilla. Tenía 14 años.

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Aunque esta frenética vida monacal no llenaba su espíritu inquieto porque lo que realmente quería el infante don Luis era consumar el matrimonio y formar una ordenada familia aposentada en las virtudes de la corte, cosa que no veían con buenos ojos sus fraternales majestades, primero el rey Fernando VI, que accedió al abandono de su hermanastro de la curia romana.

Y después Carlos III, que prefería evitarse competidores al trono que con tanto magisterio ejercía el ilustrado monarca y le proscribió de toda línea sucesoria confinándole al disfrute de las abundantes propiedades que el infante don Luis había adquirido en diversas almonedas por el valle del Tajuña: Morata, San Martín de la Vega, Colmenar de Oreja, Villaconejos; o por Villaviciosa de Odón, o por Boadilla del Monte.

Así que don Luis Antonio Jaime renunció a su vida eclesiástica y aconsejado por sus hermanos mayores disfrutó de sus posesiones, consumó matrimonio morganático (el que se daba entre personas de distinta clase social. Aquí un representante de una casa real y una aristócrata, una forma de evitar futuras pretensiones dinásticas) con María Teresa de Vallabriga, que tampoco era mal partido y mandó a Ventura Rodríguez que le construyera, entre otras obras menores, un palacio en Boadilla. Dicho y hecho, el palacio se construyó en tres años, de 1762 a 1765.

Un palacio que fue declarado monumento nacional en 1975 y que a finales del siglo XVIII y comienzos del XIX fue morada o lugar de visita o de creación artística de grandes personalidades de las artes como Luigi Boccherini, que ahí compuso Música nocturna por las calles de Madrid, o el pintor y protegido Luis Paret y Alcázar, o Francisco de Goya, que pintó en el palacio, o eso se cree uno de los más bellos cuadros de su larga y prolífica carrera: el retrato de la condesa de Chinchón (1800), embarazada en ese momento: María Teresa de Borbón y Vallabriga, hija del infante don Luis, prima de Carlos IV y esposa interesada o a su pesar de Manuel Godoy.

La vida del infante don Luis Antonio Jaime a pesar de tantas posesiones, parece que no fue muy feliz, a lo que sin duda contribuyó el carácter exigente de su señora esposa, doña María Teresa, que le reprochaba con frecuencia que no ocupara en la corte el lugar que por su rango le correspondía.

Así que don Luis transitó marchitamente por sus palacios y haciendas y dedicose a alimentar su alma y recrear sus días con el ejercicio de sus regias actividades, tan propias de su dinastía.

El palacio del infante don Luis y todo su entorno, jardines, fuente, edificios auxiliares anejos, plaza, etc., es una obra de excepcionales características debidas a la magnificencia de Ventura Rodríguez (1717-1785), arquitecto madrileño nacido en Ciempozuelos, ilustrado, adelantado a su época, que se mueve entre el barroco y el neoclasicismo y autor de obras tan extraordinarias como la capilla del Palacio Real, el palacio de Liria o la fuente de Cibeles.

La historia reciente del palacio del infante don Luis se ha visto sometida al vaivén de los tiempos. En estado de semi-abandono durante muchos años en 1998 el Ayuntamiento de Boadilla lo compró por 2.000 millones de pesetas (12 millones de €) a su antiguo propietario, la familia Rúspoli, herederos directos del infante don Luis y marquesado de Boadilla, en cuya genealogía se advierten apellidos de principal abolengo: Morenés, Godoy, Dezcallar… Languideció durante años sin ningún uso, por más que el ministro de Defensa de la época, Federico Trillo, sorprendiera a todos en 2003 con una de sus brillantes ideas: transformar el palacio en una escuela militar de caballería, idea que felizmente no prosperó.

En 2006 el Ayuntamiento lo cedió mediante un acuerdo a la Sociedad General de Autores, la célebre SGAE, que pretendía convertirlo en un mastodóntico centro cultural-comercial de improbable utilidad y dudosa legalidad, siendo como es un monumento nacional.

Los tribunales denegaron la atrabiliaria intención de la SGAE y el Ayuntamiento recuperó su custodia y ahora acomete su costosa rehabilitación.

El palacio ha sido escenario de numerosas películas. Milos Forman rodó en 2006 en él sus Fantasmas de Goya. Y recientemente Alex de la Iglesia lo convirtió en lugar de aquelarre donde las brujas de Zugarramurdi, Terele Pávez y Carmen Maura, bailaban enloquecidas por sus bóvedas con negras intenciones. Brujería, fantasmas, brujería.

En las fotos, tomadas antes del comienzo de las obras de restauración se aprecian diferentes vistas del exterior del palacio, la capilla barroca y el mausoleo donde está enterrada la condesa de Chinchón, María Teresa de Borbón y Vallabriga.

Texto y fotos: Ángel Aguado López