Su futuro vuelve a ser su pasado

Quedan, nunca en el olvido pero ya en un lejano rincón de la historia los dramáticos ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 que ocasionaron 3.000 muertos en suelo americano y desencadenaron la guerra de Afganistán.

No tardaron demasiado en reaccionar los EEUU y sus aliados, que el 7 de octubre de aquel mismo año, con el “visto bueno” de la ONU, bajo el mandato de George Bush hijo, invadieron el país como represalia, para acabar con los talibanes que se negaban a entregar a Bin Laden y desde el poder apoyaban a Al Qaeda, terroristas empeñados en “castigar” severamente a occidente.

La “Operación Libertad Duradera”, en la que el ejército americano empleó a más de 28.000 de sus soldados, junto a británicos, canadienses y australianos logró arrinconar a los talibanes, les obligó a dejar el poder y ya en diciembre posibilitó la formación de un nuevo gobierno en Afganistán.

Fue a finales de ese mismo mes de diciembre cuando por decisión del Consejo de Seguridad de la ONU, la IASAF, una fuerza militar de 64.500 soldados de 42 países tomó la responsabilidad de mantener la seguridad de Kabul y sus alrededores, en la que más tarde se denominó “Operación Apoyo Decidido” y que en 2003 pasó a estar bajo la responsabilidad de la OTAN.

El 7 de diciembre de 2004, Abd El Hamid Karzai, que había llamado la atención de sus posibles votantes con algo tan pintoresco como “soy el del gorro caracul, tengo la barba corta y voy el segundo de la lista”, se convertía en el primer presidente del país, elegido democráticamente desde la independencia de Inglaterra en 1919.

Han pasado casi veinte años desde la invasión y durante la mayor parte de ellos, los talibanes, que nunca fueron derrotados por completo, han ido envalentonándose y tomando posiciones por todo el país, en un lento pero constante esfuerzo por recuperar el terreno y el poder.

Con Barack Obama los soldados americanos en Afganistán llegaron a ser 100.000, destinados a reforzar la seguridad, entrenando a la policía y el ejército del país y a continuar la reconstrucción, al igual que lo hacía la OTAN.

En 2015 el gobierno afgano ya sólo controlaba un 57% del país.

No cumplió su promesa de retirar todas sus tropas en 2016 al final de su mandato y aún permanecían allí 10.000 soldados cuando pasó el testigo a Donald Trump, que agotó el suyo sin retirarlos a pesar de considerar que era “un despilfarro de vidas y millones”.

En febrero de 2020 estadounidenses y talibanes, al margen del gobierno del país, llegan a un “acuerdo” de reducción de la violencia, retirada de las tropas extranjeras, intercambio de prisioneros y transición a la paz, poniendo fin a la “Operación Centinela de la Libertad”.

España, que participó durante todo este tiempo integrada en la OTAN, gastó unos 3.500 millones de euros y perdió 102 vidas, se retiró del país en mayo.

El 2 de julio, con Joe Biden en la Casa Blanca, las tropas americanas y de la OTAN comenzaron a abandonar la base aérea de Bagram y los talibanes se apoderaron de ella y no han dejado de avanzar y conquistar territorio hasta llegar a Kabul, hacer huir al presidente y tomar el control total.

EEUU ha gastado más de 2 billones de euros; ha perdido 2.500 de los 3.600 soldados muertos de la coalición; y ha gastado más de 2 billones de euros.

Afganistán no sólo ha perdido 20 años; la guerra acabó con 66.000 combatientes y policías muertos, más de 47.000 civiles y casi 500 cooperantes.

Pero las grandes perdedoras de este “final” van a ser las niñas y mujeres afganas que con el anuncio talibán de la restauración de la “sharía” perderán los derechos conquistados en todos estos años y volverán más pronto que tarde a la que era allí “la vida” varias décadas atrás.

Tras la desbandada de estos días, en la que no todos van a lograr su propósito de salir del país, la venganza y crueldad talibán camparán de nuevo a sus anchas, ante el asombro del mundo.

Para ellas, niñas y mujeres, su futuro vuelve a ser su pasado.