Año de nieves…

Nací y viví toda mi infancia en Montuenga de Soria, un pueblo agrícola situado en el sureste de la provincia, muy próximo a los primeros pueblos del suroeste de Zaragoza.

A pesar de la “fama” que tiene la provincia, allí no suele hacer tanto frío, ni nevar como en las zonas más próximas al Moncayo o en las de pinares del norte.

Recuerdo que siendo niños, cuando caía una buena nevada, nos veíamos obligados a abrir un “camino” con palas para poder salir de la casa.

Han pasado unas cuantas décadas desde entonces y siendo ya más de cuatro las que llevo en la Comunidad de Madrid, no he vivido, ni siquiera durante el tiempo que pasé en Alpedrete, una nevada de las proporciones de la que nos ha “regalado” en estos días Filomena.

Dejando a un lado la innegable belleza del paisaje y el divertimento que la nieve significa para mucha gente y especialmente para los más pequeños, lo cierto es que su llegada a tan gran escala, pese a los avisos previos de los “hombres y mujeres del tiempo”, ha superado todas las previsiones y ha desbordado a propios y extraños.

Filomena, del griego “la que ama la música” ha puesto una tensa y excesivamente larga banda sonora, especialmente para todos los conductores atrapados durante horas en las carreteras cuando el pasado viernes regresaban a sus casas.

Mártir del siglo II por el imperio romano, cuando debía contar con tan sólo doce o trece años, Filomena, con su desproporcionada borrasca, ha martirizado a miles de personas a lo largo y ancho del territorio nacional, obligándonos a un confinamiento domiciliario que ni siquiera el creciente y cada vez más preocupante aumento de los contagios de la Covid-19 estaba consiguiendo.

Seguro que más de un padre y madre habrán hecho de tripas corazón para construir un muñeco de nieve con sus hijos, después de haber tenido que pasar esas horas interminables en el atasco, verse obligados a volver a pie a casa al filo de la madrugada y dejar abandonados su vehículos en medio de la nevada (hay algún caso en mi familia).

Tardaremos tiempo en ver otra vez a niños haciendo enormes muñecos con la nieve acumulada en la misma puerta de sus casas, o lanzándose por las pendientes de las calles y parques con improvisados trineos; gente esquiando en las calles de Madrid (yo mismo he fotografiado a uno en mi calle), patinadores en las plazas e incluso a alguien con un trineo tirado por perros en la capital.

Nos quedarán las imágenes para el recuerdo, los paseos sobre ese manto blanco de varios palmos de grosor y también los destrozos que ha causado el peso de la nieve en árboles, instalaciones y edificios.

Hemos vivido días que pasarán a nuestra historia climatológica y según los expertos, nos quedan por vivir unos cuantos más de temperaturas extremas y placas de hielo, en los que lo mejor que podemos hacer es limitar nuestros movimientos a lo imprescindible.

Este confinamiento nos vendrá a todos “filomenal” para contener los contagios y ganar tiempo a la pandemia, mientras la vacunación alcanza un mejor ritmo.

Confiemos en que al menos, aunque estemos comenzando con mal pie, al final se haga realidad el refrán y este “año de nieves” sea un año de bienes para todos; especialmente mis paisanos y todos cuantos trabajan la tierra, agradecerán que así sea.