El hundimiento

Que acudan a las urnas tan sólo el 58,88% de los ciudadanos con derecho a voto, en el caso concreto de la autonómicas celebradas ayer en Galicia, evidencia un alto grado de desinterés, cuando no de indiferencia, de demasiados ciudadanos a la hora de decidir qué políticos gestionan sus impuestos y con sus decisiones controlan su vida diaria y su futuro inmediato.

Al menos en esta ocasión, la mayoría de las encuestas han acertado el ganador, Alberto Núñez Feijóo, que como figura más emblemática del Partido Popular, ha logrado su cuarta mayoría absoluta consecutiva, con casi el 48% de los votos y 41 de los 75 escaños, los mismos que en 2016.

Aunque algunos sondeos ya aventuraban un gran crecimiento del Bloque Nacionalista Gallego, no se “atrevían” a dar por hecho que superaría ampliamente al Partido Socialista de Galicia, liderado por un sobrino de Abel Caballero, alcalde de Vigo.

Finalizado el recuento lograron casi el 24% y 19 escaños, trece más que en la convocatoria anterior y lejos de los socialistas que con poco más del 19% y con tan sólo 15 escaños, sólo suman uno.

Puede que les fallara el empujón final de Sánchez en el cierre de campaña; es una incógnita, la otra es que realmente fallara el avión que lo dejó en Moncloa.

Fallaron los sondeos preelectorales e incluso las encuestas a pie de urna que no fueron capaces de detectar el tremendo batacazo de Galicia en Común, el “batiburrillo” de grupos orquestado en torno a Podemos, que con el 3,93% de los votos pierde los 14 escaños que obtuvieron en las anteriores y se quedan fuera del parlamento gallego para los próximos cuatro años.

No ha perdido el tiempo Errejón, antes compañero de partido, que ha sentenciado “Podemos ya no existe, existe una cosa que se llama UP y tiene los resultados de Izquierda Unida”.

Tal ha sido el varapalo electoral que ni siquiera Echenique, tan propenso a comentarlo todo en las redes, ha reaccionado para publicar algún tuit para lamentarlo o para culpar a otros del fracaso propio.

Si lo ha hecho Iglesias, admitiendo una “derrota sin paliativos” de la que él podría ser el auténtico responsable, ya que no ha logrado rentabilizar la presencia de los suyos en el gobierno de España, ni siquiera habiendo incluido a una gallega como ministra de Trabajo.

Es más que evidente que sus circunstancias personales han desencantado a sus seguidores, quienes, lejos de seguir considerándolo “su” particular flautista de Hamelín, lo han comenzado a ver como un personaje privilegiado, nuevo rico, reconvertido en sosegado “telepredicador”, tan casta como la que él criticaba en sus comienzos.

Era cuestión de tiempo, casi todo lo que sube acaba bajando y hoy, mejor que nunca, las urnas de Galicia han pintado con toda su crudeza, el hundimiento.