Entre la espada y la pared

Hoy mismo se ha publicado una encuesta en la que el 59% de los votantes del PSOE estaría en contra de que el Gobierno de España, ahora en funciones, de PSOE y U. Podemos, ponga en marcha una ley de amnistía con el único fin de que los separatistas catalanes que declararon la Efímera República Catalana se vayan de rositas y puedan intentarlo de nuevo cuando quieran sin consecuencias, a cambio de que los social/comunistas sigan gobernándonos.

Si prosperaran los pactos postelectorales en los que están trabajando tanto los socialistas como los integrantes del “batiburrillo” multicolor que decidieron llamarse Sumar, se consumaría el pago del primer plazo exigido por los separatistas y Sánchez seguiría siendo presidente pese a haber sido uno de los perdedores de las Generales, en cuya campaña, hace menos de dos meses, tres días antes de la votación, aseguró “no habrá amnistía, ni referéndum”.

En las últimas semanas, numerosas voces han recordado que la vigente Constitución Española no hace referencia explícita a la amnistía, lo que para unos equivale a que no puede permitirse porque atenta contra la igualdad de todos los españoles y supondría un ataque a la independencia judicial y para otros significa que  al no aparecer en ninguno de sus artículos, está permitida.

Lo cierto es que hoy por hoy un prófugo de la justicia, incomprensiblemente aún eurodiputado en el Parlamento Europeo, y en virtud de los resultados electorales producidos el 23J con siete escaños en sus manos, tiene la sartén por el mango y la posibilidad de que su decisión suponga la formación de un nuevo Gobierno de España o nos lleve de cabeza a la repetición de elecciones.

Ya no sorprende que quien ahora nos gobierna en funciones se desdiga y haga lo que aseguró que no haría, pero sonroja que su vicepresidenta segunda, en funciones, deje la plancha para otro día y viaje para mostrar la mejor de sus sonrisas al huido, dando apariencia de normalidad a un encuentro “oficial” que a ojos de muchos fue simple y llanamente una humillación, una infamia o una rendición interesada.

Dejando a un lado que un “gánster de poca categoría”, como lo ha definido Alfonso Guerra, pueda decidir el futuro político de España, con tan sólo SIETE de los TRESCIENTOS CINCUENTA escaños del Congreso, obteniendo a cambio su propio perdón y el de cuantos se alzaron para escenificar una fallida y grotesca representación de independencia y lo que es más grave, para obtener la impunidad en el caso de volver a hacerlo mañana, es inadmisible.

A nadie se le escapa a estas alturas que Sánchez, desoyendo a propios y extraños y obsesionado con el objetivo de seguir en La Moncloa, no va a hacer ascos a ningún “apoyo”, tal y como ya ha venido demostrando y si puede poner en marcha una “ley de alivio penal” para conseguirlo, lo hará.

Aunque, tratándose de un reconocido incumplidor de palabra, quien ya tiene ganada la repulsa de más de la mitad de los ciudadanos españoles, culmine o no su “huida hacia adelante”, presente o no su ley de amnistía, si al final resulta investido con el compromiso de  ponerla en marcha después y finalmente no lo consigue, se habrá cargado la mochila con las piedras de los separatistas y su hundimiento no lo evitaría ni un segundo tomo del “Manual de Resistencia”.

El “peor presidente” de la historia democrática de España, como lo ha definido su compañero de partido y ex ministro Juan Alberto Belloch, consciente o inconscientemente, jaleado a coro por su “selecto” grupo de adoradores y adoratrices, juega con fuego con grandes posibilidades de acabar chamuscado.

En ocasiones, una retirada a tiempo es una victoria, en otras, empeñarse en salir airoso cuando se está entre la espada y la pared, puede resultar una tarea imposible.