Esperando un milagro

El mundo entero continúa desbordado por los acontecimientos y sacudido por la persistente acción devastadora de la COVID-19, que ya ha contagiado a más de 58,7 millones de personas y se ha llevado por delante, según cifras oficiales muy alejadas de la realidad, 1,39 millones de vidas.

Los ciudadanos de todos los países llevan meses confiando en que los científicos, incapaces por ahora de dar una solución médica a la terrible enfermedad, consigan lo antes posible una vacuna que prevenga futuros contagios.

En España, con abultadas cifras, que superan ya el millón y medio de contagios y lo que es aún más triste y doloroso, con la pérdida oficial de 42.619 vidas, que podrían ser realmente 71.000, compartimos la incertidumbre mundial y la esperanza en una vacuna que nos devuelva a la absoluta normalidad.

Apartados de la normalidad de otros tiempos, confinados o simplemente condenados a reducir una buena parte de las actividades más elementales, sobrevivimos a la pandemia, apelando a la responsabilidad de cada cual, para contener el problema mientras llega la solución.

En los últimos días asistimos a un bombardeo de noticias en las que distintos laboratorios han comenzado a “alardear” de los avances de sus vacunas y especialmente del porcentaje de eficacia que prometen.

Queda lejos el anuncio de la vacuna Sputnik V, registrada el 11 de agosto en el Ministerio de Salud de la Federación Rusa, que supuestamente habría probado una de las hijas del propio Vladimir Putin, sin que le provocara efectos colaterales visibles.

Pioneros en el lanzamiento de satélites al espacio con su Sputnik en 1957, quisieron “impresionar” al mundo también en medio del desastre de esta pandemia, que en su caso con más de 2 millones de contagios acumulados, ha producido allí “sólo” 35.838 muertes.

En China, origen del problema, con unas “increíbles” cifras de menos de 90.000 contagios y menos de 5.000 muertes, ya se ha vacunado a casi un millón de personas, en principio trabajadores sanitarios, militares, diplomáticos y otros funcionarios, con la producida por Sinopharm.

En España, Sánchez, que en ningún momento se ha disculpado por haber asegurado en junio que “hemos derrotado al virus, controlado la pandemia y doblegado la curva”, anunció ayer un plan que contará con 13.000 puntos de vacunación desde enero.

El ministro de Sanidad, Illa, ha anunciado que no será obligatoria, algo inquietante, a juzgar por la escasa “voluntariedad” detectada por el CIS, ya que  según sus datos hay un 47% que no estaría por la labor. Al menos será gratuita.

A un mes de una Navidad especialmente “anormal”, lo que la inmensa mayoría pedirá este año a Papá Noel es una vacuna efectiva y segura que sea el principio del fin de la pesadilla que nos está tocando vivir.

Que no nos sobrepase el optimismo, pero por nada del mundo dejemos de esperar el “milagro”.