Gran parte de lo que echas al depósito son impuestos

Los impuestos a los carburantes son una importantísima fuente de ingresos para las arcas del Estado; cada año se recaudan unos 20.000 millones de euros a través de esa vía.

En España existen tres impuestos distintos que gravan los carburantes, dos tramos del Impuesto Especial de Hidrocarburos (IEH) y el Impuesto sobre el Valor Añadido (IVA), a un “módico” 21%.

Lo que traducido del “arameo” viene a significar que casi un 50% de lo que pagamos en las estaciones de servicio al repostar gasolinas son impuestos y ligeramente por debajo de esa cifra en el caso de hacerlo con gasóleo.

Por si sirve a alguien de consuelo, en países como Grecia, Italia o Países Bajos, la carga fiscal es de un 60%.

No hace falta recordar que España importa la totalidad de esos carburantes al no contar con producción nacional de petróleo, lo que supone estar totalmente a merced de los mercados internacionales y de los vaivenes de todo tipo que se producen, con más frecuencia de la que nos gustaría, en el mundo.

El precio medio del barril de petróleo Brent (159 litros de la mejor opción para la extracción de gasolina, queroseno y gasóleo) era de 60,73 euros en junio del año pasado y ahora cuesta 119,34 euros, casi el doble que hace un año.

De los 159 litros del barril se aprovecha prácticamente todo, como del cerdo, salvando las distancias; 17 litros de gasolina, 71 de gasóleo, propano, butano, asfalto, pesticidas, plásticos, lubricantes…

Por mucho que los gobiernos pretendan llevarnos hacia el consumo de otras fuentes de energía alternativas, mucho menos contaminantes, hoy por hoy, estamos aún muy lejos de conseguirlo.

Lo que en la práctica supone estar a expensas del petróleo y más concretamente de quienes lo poseen en sus territorios, lo extraen y lo venden al resto al precio que buenamente les parece oportuno.

Y también a expensas de las “turbulencias” políticas y de los conflictos armados que periódicamente estallan y perduran a lo largo y ancho del planeta, muy especialmente la invasión de Ucrania por el ejército de Putin.

De poco ha servido el “detalle” generalizado de los 20 céntimos que el Gobierno tuvo a bien tener tanto con quienes se ven obligados a utilizar sus vehículos a diario por razones de trabajo como con quienes lo utilizamos para movernos por cualquier otro motivo.

Desde la entrada en vigor, el 1 de abril, tan “generosa” medida del gobierno se ha esfumado como por arte de magia sumergida en la escalada de los precios, que entonces estaban en torno a 1,82 euros el litro de gasolina y gasóleo y ahora, para escarnio general, rondan los 2,30 euros y no se vislumbra en el horizonte señal alguna de que esos precios hayan tocado techo.

Lo que no sólo encarece los costes de quienes transportan mercancías y viajeros, sino que va, por la subida del IPC, camino de sangrar las economías de una buena parte de la población en puertas de unos masivos desplazamientos por todo el país, ahora que el grandísimo hijo de p… del virus parece haberse tomado un ligero descanso.

Puedes llorar mientras repostas pensando en que gran parte de lo que echas al depósito son impuestos o al ver cómo la aguja del marcador del combustible se desploma como si lo fueras “perdiendo” en el asfalto.

O tomarlo con calma y pensar que por fuerte que sea la tormenta, acabará tarde o temprano y aparecerá el arcoíris.