La más triste historia

Desconocemos el momento exacto en el que el padre de Olivia y Anna comenzó a “escribir” en su cabeza las primeras líneas de su macabra historia, pero ahora, cuando el desenlace, por más que fuera previsible, nos ha sacudido a todos con su abrumadora crudeza,  podemos calificarla como una triste historia.

Si no hay justificación alguna, nunca, en ningún caso, para que un ser humano ponga fin a la vida de otro, en el caso de las dos hermanas canarias, de tan sólo seis y un años, el hecho de que lo haya hecho su propio padre resulta incomprensible e imperdonable.

Lamentablemente, no es la primera, ni será la última tragedia de este tipo que se produzca, para poner punto final a una historia de desamor, celos, infidelidad, ruptura o abandono, en la que los más indefensos, los hijos, acaban pagando el precio más alto posible, su vida.

Se presupone que los adultos, en la inmensa mayoría de los casos, estamos dotados de la sensatez y la cordura suficientes como para calcular el alcance de nuestros actos y controlar los arrebatos de furia o de locura, que como un potro desbocado, nos pueden conducir a algo irreversible.

En algunos casos, como parece ser en el de las pequeñas de Tenerife, no es un impulso súbito lo que conduce a la tragedia, sino que es la maldad que bulle en la mente del asesino, camuflada tras la más amable apariencia, la que con la absoluta frialdad planifica los detalles, elige el mejor momento y calcula el alcance de máxima crueldad, el que causará el dolor más grande.

La recuperación del cuerpo de la mayor y la posibilidad de que también se encuentre el de la pequeña no son de ninguna manera el final esperado para la madre de las niñas, que ha sido condenada por su ex pareja al dolor de por vida; nunca más podrá abrazarlas pero al menos no se verá obligada a sobrevivir con la incertidumbre de su paradero, como todo apunta que pretendía su asesino.

La maldad, tan ancestral como el propio ser humano, no acaba con leyes más rigurosas o condenas más duras, no se cura con buenas palabras, ni buenas intenciones y desde luego no con la demagogia de algunas feministas.

Sólo cuando da señales previas hay margen para actuar; es evidente que denunciar los comportamientos violentos es fundamental para prevenir males mayores estableciendo medidas de protección, pero en la mayoría de las ocasiones, la maldad se mueve con discreción y se manifiesta con absoluta imprevisión, lo que en la práctica hace imposible evitar que actúe y suelte sus zarpazos.

Todos, familiares, amigos, vecinos, compañeros estamos obligados a descubrir su disfraz, a desenmascarar a esa maldad que nos rodea, porque ésa puede ser la manera más efectiva de evitar que se repita la historia más triste.

Descansad en paz, Olivia y Anna y que el recuerdo de vuestros días felices sirva de apoyo a vuestra madre para continuar su vida.