La solución el 28

Desde hace meses hay quienes han venido autoproclamándose como la única opción sensata para seguir llevando el timón de la nave de España, demonizando al resto de fuerzas y descalificando a alguna de ellas con especial virulencia y desprecio.

Desde el CIS se nos han venido ofreciendo cifras de “intención de voto” que sucesivamente han provocado, primero el sonrojo de propios y extraños y luego el escepticismo más absoluto de las opciones políticas a las que se “asignan” cifras en claro descenso o con crecimientos insignificantes, mientras la “buchaca” de los “amiguetes” se va llenando de votos, hasta casi desbordarse, como un cubo bajo la lluvia.

Da la sensación de que el mero hecho de crecerse con esos datos y alardear día tras día de las bondades propias, llevándolo hasta el extremo de augurar negros nubarrones en el futuro inmediato y retrocesos históricos en los derechos conseguidos, tiene el claro objetivo de despertar sin demasiado fundamento el miedo de los votantes.

Aquello de “o nosotros o el caos” es ya como un viejo cuento en el que por más que lo anuncien, saben que el lobo no llegará, que no se abrirá la tierra y nos tragará, que no se producirá un tsunami que arrasará con todo, que en ningún caso retornaremos a las cavernas.

Pero es evidente que se puede palpar la sensación de que se está tratando de crear un ambiente propicio, una corriente de opinión muy descarada que puede favorecer los intereses de quienes nos han gobernado en el último año y que quienes aún mantienen las dudas de a quién dar su voto, se decidan a dárselo a ellos para estar en sintonía con lo que “señala” el CIS.

A estas alturas de la historia y después de acumular cuatro intensas décadas de democracia, no es de recibo que alguien decida qué votos son “democráticos” y cuáles no, en función de que vayan destinados a su “zurrón” o se regalen a esos rivales que tienen ideas muy distintas.

El derecho a hacer destinatario de nuestra voluntad personal a quien nos de la real gana es un acto de absoluta libertad, por más que cada cual pueda estar influido por la simpatía y la confianza que nos puedan producir sus líderes, por lo poco o mucho que nos puedan afectar directamente sus propuestas socioeconómicas o bien porque algunas de las promesas que tan frívolamente nos hacen, despierten en nosotros, los ciudadanos, la curiosidad por ver si en esta ocasión son capaces de cumplirlas.

De los datos de la última “macro encuesta electoral”, realizada en base a  16.800 entrevistas (somos casi 37 millones de españoles los llamados a las urnas y por cierto, el “estudio” ha tenido un coste para nuestros bolsillos de 300.000 euros), se desprendía que un 41% no había decidido aún su voto en esas fechas.

Este dato, muy relevante incluso para un profano en la materia, debería llevar aparejado el calificativo de “absoluta inutilidad” del trabajo y en cualquier caso nada válido para hacernos creer que en el momento del recuento de los votos el resultado será parecido al que con tanto interés nos han pintado con sus propios colores.

Ya falta menos. ¡Que nos sea leve!. La solución el 28 de abril.