Libertad de expresión

Hace un tiempo, cuando diariamente utilizaba el metro de Madrid para ir al trabajo y volver, solía cruzarme con algunos jóvenes que recorrían los vagones improvisando raps.

Su ingenio, su rapidez mental, su capacidad de improvisación y su asombrosa habilidad para construir sus rimas resultaban admirables.

Era su forma de ganarse unas monedas y salir adelante a la espera de tiempos mejores; había mucho arte y sobre todo había mucho respeto en sus letras.

En estos días, el encarcelamiento de un individuo, cuyo nombre no quiero siquiera pronunciar, ordenado por la Audiencia Nacional, para cumplir condena firme ha originado protestas “en defensa de la libertad de expresión”, en varias ciudades del país, que han degenerado en incidentes violentos y no sólo han causado importantes daños materiales públicos y privados, sino que han llevado al hospital a un considerable número de agentes del orden público.

Aprovecharse de un dudoso arte para insultar, menospreciar, incitar al odio e incluso amenazar abiertamente, sobrepasa los límites aceptables de la libertad de expresión y aunque ése ha sido el motivo de su encarcelamiento, al parecer le “acechan” otras condenas, todavía no en firme, por delitos que nada tienen que ver con ella.

Tengan por seguro que alcanzaría mayor notoriedad que el propio Murillo alguien que desnudase a su Inmaculada y la pintase desnuda con tres pechos.

Que ocuparía un espacio en todos los informativos y la prensa y correría como un reguero de pólvora en las redes alguien que retratase con bigotes de rata al mismísimo presidente del gobierno.

Que se haría notar cualquiera que, megáfono en mano, se encaramase a la Cibeles y cantando o simplemente escupiendo palabras en rimas de mercadillo, insultara o amenazara a los viandantes.

Que sería objeto de encendidos debates el hecho de que algún “iluminado” decidiera sustituir el escudo de nuestra bandera por una impresionante mierda de vaca, o lanzara puñales a la vista de todos sobre imágenes de cualquier personaje público.

Todo esto, amparado por la “libertad de expresión”, camuflado “como expresiones artísticas”, aun sobrepasando los límites del buen gusto y el respeto mínimo exigible, daría a los protagonistas algunos minutos de gloria y seguro un buen número de “seguidores”.

¿Podemos permitirnos que alguien que ha logrado cierta notoriedad con prácticas similares, haciendo del insulto, la burla y la amenaza una profesión posiblemente lucrativa siga campando a sus anchas?.

¿Podemos permitirnos que con el pretexto de la defensa de la libertad de expresión, se deje vía libre a la furia desatada de esos grupos de vándalos que siguen ocasionando daños importantes?.

¿Se hará pagar la factura a los detenidos?, ¿lo hará el rapero?, ¿lo harán quienes tan ardientemente lo defienden sin importarles criminalizar a los agentes de la policía cuya función es mantener la ley y el orden?.