No hemos aprendido nada

Se ha cumplido un año desde que el presidente del Gobierno de España, en un arranque más de su reconocido afán de protagonismo, nos anunciaba “hemos derrotado al virus, controlado la pandemia y doblegado la curva”.

Entonces, el número de personas contagiadas ascendía a poco más de 250.000 y se contabilizaban, oficialmente, 28.385 muertes.

Un mes después, en aquella primera semana de agosto, convencido por no se sabe qué equipo de expertos, aseguraba “una vez que tenemos el virus controlado, hay que reactivar la economía… salir a la calle y disfrutar sin miedo”.

El 18 de junio de este año, cuando ya llevábamos seis meses de vacunación, la cifra acumulada de contagios superaba los 3.757.000 y los muertos contabilizados por el Ministerio de Sanidad eran ya 80.652, el presidente volvía a “precipitarse” y en contra del criterio de numerosos expertos, anunciaba el fin de la obligatoriedad del uso de las mascarillas en exteriores.

No cabe duda que para un buen número de ciudadanos, el hecho de dejar de usarlas suponía una auténtica liberación; muchos, especialmente los jóvenes, desde aquella fecha “mágica” del sábado 26 de junio, no la han vuelto a usar en las calles, otros la han mantenido como si nada hubiera cambiado.

Pero en contra de lo que aseguraba la ministra canaria del ramo, las mascarillas no han dejado “paso a las sonrisas”, sino a una constante y creciente ola de contagios, que aun siendo de menor gravedad que las precedentes comienza a ser preocupante.

Cuando 29 millones de personas en España ya han recibido al menos una dosis de las distintas vacunas, las cifras dicen que esta misma semana España superará los 4 millones de contagios y si bien se han reducido las muertes diarias, ya son 81.003 los españoles que se han quedado en el camino por más que el inquilino del palacio de La Moncloa nos asegurara que “no vamos a dejar a nadie atrás”.

Hoy, cuando el índice de contagios por cien mil habitantes es de 313 y algunas comunidades comienzan a tomar medidas drásticas para contener en lo posible el avance de las distintas “cepas” del virus, el optimismo comienza a desmoronarse como un castillo de arena a merced de la marea.

Lamentablemente, el turismo, pilar fundamental de nuestra economía, aunque algún ministro comunista considere tan equivocadamente que no lo es, no alcanzará este año ni la mitad de los 83,7 millones de visitantes del 2019 y muchos de los establecimientos hoteleros, restaurantes, bares, salas de ocio, al igual que numerosos negocios de todo tipo, seguirán rodilla en tierra tratando de sobrevivir, sacudidos por las circunstancias y las limitaciones impuestas, especialmente por los países que en estos días recomiendan a sus ciudadanos no correr riesgos visitándonos.

Un año después, no hemos aprendido nada y seguimos tropezando en las mismas piedras, caminando bajo ese péndulo que tan caprichosamente se mueve sin cesar sobre nuestras cabezas.

Si Dios no lo remedia, levantarnos, después de tantos golpes, nos va a costar mucho más de lo que el optimismo de algunos de nuestros dirigentes trata de hacernos creer.