No más ruedas de molino

Se olvidan los partidos de algo fundamental, una cosa son los afiliados, que les seguirán votando hagan lo que hagan, digan lo que digan y prometan lo que se les antoje prometer y seguramente serán muchos los que lo hagan aun a sabiendas de que otra vez acabarán siendo engañados con mentiras travestidas en “cambios de opinión”.

Y otra cosa bien distinta los votantes en general que, llegado el momento, no perdonan traiciones ni mentiras, desconfían, tienen en cuenta todo lo anterior y votan libremente otras opciones.

A los “adeptos”, incondicionales que arropan al líder supremo estratégicamente situados, a ser posible los jóvenes y una visible mayoría de mujeres en el centro, por si hay cámaras, que aplauden cualquier tontería, que babean ante las ocurrencias que una legión de asesores ponen en boca de quien les habla, que ríen las “gracias” del orador y que gestualmente asienten a cada palabra como si hasta los exabruptos les sonaran a música celestial, a esos, no hay que convencerlos de nada, son una especie en ocasiones agradecida y casi siempre complaciente.

Ellos son la red predispuesta para recoger al “funambulista” que se mueve sobre el alambre, arriesgando más de lo necesario y jugándose no sólo su propia integridad, sino, en ocasiones, aspectos que afectan a una inmensa mayoría, anteponiendo únicamente sus objetivos personales.

Estos, abducidos por la palabrería demagógica, si se presentara la ocasión, serían capaces, de inmolarse por quien les habla con tanta elocuencia, descalifica a los rivales con frases tan “ingeniosas” y les  repite varias veces alguna de sus viejas promesas ya incumplidas, dejando a un lado, como algo anecdótico, su interminable historial en las hemerotecas.

Como fin de fiesta, llegado el momento, si tienen que comulgar con ruedas de molino, forman una fila interminable, esperan su turno, abren bien la boca y aunque no sea algo digerible, las tragan con gusto.

El gran problema para quienes con tan excesiva regularidad incumplen su palabra es que son muchos, cada vez más, los que ya no les creen ni cuando anuncian verdades.

Ante convocatorias de elecciones, de poco o nada sirven los sondeos de los “amigos” porque suelen adolecer de la necesaria objetividad y en ocasiones son una muestra descarada y burda, vestida de parcialidad, que lejos de reflejar la realidad del momento político, juega a ser un elemento que influya y dirija a los votantes hacia una determinada opción.

Falta menos de un mes para las elecciones autonómicas en Galicia; el próximo 18 de febrero, los ciudadanos gallegos van a tener el impagable privilegio de ser los primeros en hacerle pagar todas sus traiciones, todas sus cesiones, todas sus mentiras y cambios de opinión, no más ruedas de molino indigeribles, ellos pueden darle una fuerte patada, certera y contundente, aunque, por ahora, tenga que ser en el culo de su candidato.