Nuestra salud en sus manos

Hoy, cuando las cifras oficiales en España hablan de 169.496 contagiados, incluidos casi 27.000 sanitarios y los muertos son ya 17.489, entre ellos varias decenas de hombres y mujeres dedicados tanto a las labores sanitarias como a los colectivos de seguridad, muchos miles de trabajadores dedicados a actividades no esenciales vuelven al “tajo”.

Tras las sucesivas indicaciones contradictorias sobre la conveniencia o no del uso de mascarillas, que como auténticos bandazos nos han ido llegando, Sanidad aconseja ahora que se utilicen donde haya aglomeraciones y de hecho ha comenzado a distribuirlas a primera hora de este mismo lunes en paradas de autobuses, estaciones de metro y otros puntos donde su uso se hace recomendable por una mayor afluencia de personas.

Sorprende que hoy, cuando la tragedia que vivimos ya viene de lejos y lamentablemente, en los últimos 21 días la cifra diaria de muertes oficiales por el contagio no ha bajado ni un solo día de los 500, el propio ministro Marlaska asegure que “este fin de semana habrá mascarillas en las farmacias”.

Da la sensación de que algo está fallando, que demasiadas cosas han fallado desde el primer momento para llegar a una situación tan dramática como la que vivimos, porque no salen a la calle únicamente los trabajadores de la construcción y de la industria, sino que siguen saliendo, no han dejado de hacerlo, miles y miles de ciudadanos para cubrir las actividades esenciales.

Y otros muchos miles no han dejado de salir y lo hacen casi a diario para aquello que les está permitido hacer dentro del confinamiento, la compra de alimentos, medicinas o tabaco o sencillamente pasear a los perros; situaciones para las que resulta muy problemático, casi imposible, adquirir mascarillas y guantes, lo que ha despertado el ingenio de muchos para confeccionar sus propias protecciones.

Primero fueron las indecisiones iniciales de quienes tenían la misión de velar por todos los ciudadanos, pero no dieron al asunto ni la importancia ni la urgencia que requería; luego las reacciones tardías a la hora de hacer acopio de los materiales imprescindibles para combatir la pandemia.

El propio presidente, en su última intervención, aseguraba que todas las decisiones se tomaban en base a las recomendaciones de los expertos, entre ellos esos seis “sabios”, que no se mueven por cálculos políticos sino por razones científicas y sanitarias y eso debería tranquilizar a la población, que mayoritariamente confía en todo el colectivo de la sanidad y en todas las fuerzas de seguridad, pero en muchísimo menor porcentaje en la palabra de los políticos.

Flota en el ambiente una rara sensación de improvisación y de ir a salto de mata en función de las circunstancias del día a día.

Recordar ahora que posiblemente tengamos a los mejores sanitarios del mundo en ningún caso puede servir de consuelo a las familias de varias decenas de esos profesionales que han perdido la vida enfrentándose al virus totalmente desarmados o en el mejor de los casos con armas de “fogueo”.

No nos cansamos de aplaudirles cada tarde y posiblemente lo sigamos haciendo incluso cuando ya se haya superado esta tragedia, cuando por fin podamos contemplar con dolor pero serenos, los miles de tumbas con las que el virus ha sembrado todos los rincones de España.

Pero no podemos permitirnos que a día de hoy, cuando todo apunta a que podemos acabar la semana con 20.000 muertos, no se hayan hecho aún los test a TODAS las personas que a diario mantienen contacto directo con los enfermos hospitalizados por el contagio.

Es especialmente grave es que no se hayan hecho aún los test a TODOS Y CADA UNO de los trabajadores sanitarios porque aunque a algunos les cueste entenderlo, nuestra salud está en sus manos.