¿Podemos parar la guerra?

Parece que fue ayer pero, desde que el 24 de febrero se iniciaran los ataques y la invasión de Ucrania por parte del ejército ruso, han pasado casi 200 días de guerra (se cumplirán el próximo martes).

De nada sirvió recriminar a Putin haberse saltado olímpicamente la legalidad internacional, porque desde antes incluso de los ataques trató de justificarlos alegando la descabellada e insostenible pretensión de “desnazificar Ucrania y liberar a su gente de los sufrimientos y el genocidio”.

Lo cierto es que desde aquel lejano comienzo, no sólo se han perdido miles de vidas en ambos bandos y se han destruido infraestructuras, viviendas, escuelas, fábricas, cosechas… y se ha provocado un éxodo que supera ya el 17% de la población total de Ucrania; 7 de sus 41 millones de habitantes han salido del país en una auténtica desbandada en busca de la supervivencia.

Las cifras reales del conflicto tardarán en conocerse, pero por parte de Ucrania podrían haber muerto más de 14.000 soldados y cerca de 4.000 civiles, entre los que habría casi 400 niños y en el lado ruso, según diversas fuentes, entre 40.000 y 80.000 soldados (cifra ésta estimada por el Pentágono).

Como daño colateral, no sólo por el apoyo a Ucrania mediante el envío de material de guerra, más generoso de unos países que de otros, sino también por las sanciones establecidas a Rusia y especialmente a algunos de sus más destacados oligarcas, Europa se ha visto represaliada por el gobierno de Putin, sabedor de nuestra importante dependencia energética.

Lamentablemente, según ha manifestado el vice primer ministro ruso, Novak, “Europa seguirá comprando petróleo de origen ruso, en otros mercados y a un precio superior”, lo que afectará tanto a los ciudadanos como al comercio y la industria.

En cuanto al gas, ya se ha producido el corte, primero puntual, con la excusa de revisiones o averías, y ahora ya definitivamente, con la amenaza de no dejarlo “correr” hasta que se retiren las sanciones que les aplican.

Curiosamente, España, “enemistada” públicamente con Argelia, antes nuestro principal suministrador, por la postura de nuestro Presidente con el Sáhara, ha sido en agosto el mayor importador de gas ruso mediante buques metaneros.

Nadie, a excepción de quienes respiran optimismo, que aún queda alguno, duda que nos acercamos a un otoño/invierno de graves dificultades energéticas, por más que hoy mismo la ministra haya descartado los cortes de suministro de gas en España y que su incidencia en nuestros bolsillos será sangrante por alcanzar un precio prohibitivo para buena parte de los españoles.

Ante semejante horizonte, aún hay quienes creen en la vía diplomática como solución; lo vienen haciendo desde el principio, más desde la ingenuidad que desde el convencimiento de que ésa sea la solución posible.

Para que cesen las hostilidades, Ucrania debería rendirse y renunciar a una buena parte de su territorio; Rusia sólo pararía si tuviera la garantía de poder mostrarse al mundo como vencedores de la guerra y siempre que la comunidad internacional aceptara todas sus pretensiones de “expansión” territorial.

Hoy mismo, en el Congreso de los Diputados, el “pacifista morado” Echenique ha dicho “Tenemos que ser claros: el único acontecimiento que puede evitar el abismo económico es que haya un acuerdo de Paz”.

Y su grupo ha impulsado una Proposición no de Ley para  “poner todas las energías en una negociación diplomática y llegar a un acuerdo de Paz con Vladímir Putin que ponga fin a la Guerra de Ucrania y acabe con la inestabilidad económica”.

¿Podemos parar la guerra?, estoy a favor de que Pedro le ceda el Falcon y Pablo se plante en el Kremlin para intentar convencer a Putin; si logra esa misión, que se antoja imposible, su talla política se engrandecerá y hasta puede que lo propongan para el Nobel.