Poner puertas al mar

Desde el principio de los tiempos, los seres humanos se han movido a lo largo y ancho de la superficie terrestre en una búsqueda, siempre arriesgada y muchas veces desesperada, de alcanzar un lugar en el que sus condiciones de vida y las de sus familias, fueran mejor que las que les habían tocado en suerte.

En un mundo dividido caprichosamente en estratos sociales de primera, segunda y tercera, es lógico, humano y razonable que quienes ocupan los escalones inferiores aspiren a mejorar su posición y hagan todo lo posible para lograrlo.

En nuestro entorno más cercano, la pobreza, el hambre, la carencia de los bienes y servicios más esenciales, han empujado, y lo seguirán haciendo, a miles y miles de personas procedentes de los países más pobres de África, a tratar de lograr al menos las migajas de todo aquello que no tienen y que en la cercana Europa creen que lo pueden conseguir.

Son incontables los que se han dejado la vida en el intento; el Mediterráneo, ese mar al que los romanos llamaron “mare nostrum”, nuestro mar, se ha convertido con el paso de los años, según la Organización Internacional de las Migraciones, en la mayor tumba de inmigrantes ilegales del mundo; sólo en 2021 se contabilizaron 1.838 muertes, ¡cinco cada día!.

Como en las peores historias, en las más dramáticas, en las más trágicas, no falta en ésta la participación de las redes mafiosas de gente sin escrúpulos que aprovecha la desesperación de los más desfavorecidos y en ocasiones la “pasividad” de algunos gobiernos, para hacer el más inhumano de los negocios, cargando con una hipoteca de por vida a muchas familias pobres para que los miembros más “valientes” de ellas emprendan la aventura más arriesgada de sus vidas, en condiciones de absoluta inseguridad y con un serio riesgo de morir en el intento.

España ha sido y sigue siendo una de las puertas de acceso a esa Europa a la que muchos de ellos pretenden llegar y lo intentan por todos los medios; a lo largo de todo el año, con balsas inestables, en pateras abarrotadas de hombres, mujeres y niños, en sencillos flotadores, a nado, ocultos en la carga o escondidos entre los ejes de camiones e incluso agazapados en el tren de aterrizaje de un avión.

Por numerosos, ya casi han dejado de ser noticia los saltos violentos a nuestras vallas de Ceuta y Melilla, frontera de España, que la escasez de fuerzas de seguridad no siempre consigue frenar.

En los últimos tiempos, el acercamiento de Sánchez para tratar de mejorar nuestras relaciones con Marruecos, apoyando su postura sobre el Sáhara, ha frenado el paso de inmigrantes desde ese territorio pero ha estropeado la buena relación con Argelia y curiosamente han aumentado las pateras procedentes de sus costas que han estado llegando y continúan haciéndolo a buena parte de nuestro litoral, incluidas las Baleares.

Ahora nos cuentan que la Unión Europea abonará a Marruecos, por el periodo de 2021 a 2027, la cifra de quinientos millones de euros como pago a un mejor control de su frontera que ponga freno a la salida de inmigrantes irregulares desde su territorio.

Pero tratar de impedir que miles de personas desesperadas traten de lograr su objetivo de llegar por cualquier medio a nuestro mundo de “primera” es tan difícil como el empeño de algunos en poner puertas al mar.