¡Tranquilos!, vuelve el fútbol

Hoy, lunes ocho de junio,  más de la mitad del país (unos 24 millones de habitantes) estrena la fase 3, en lo más parecido a la “normalidad” que hace tan sólo unas semanas se nos antojaba como algo lejano e inalcanzable.

La otra mitad da sus pequeños pasos para alcanzarla, sometida a las limitaciones establecidas por los gestores del estado de alarma, que, si bien recortan nuestras libertades, nos guste o no, lo hacen por nuestro bien y por el interés general, aunque no siempre hayan estado acertados en tiempo y forma.

Al margen de las lógicas polémicas por el “descontrol” de datos y la “congelación” de los fallecimientos que desconciertan a propios y extraños, se percibe la sensación de que se ha arrinconado al virus y que aunque el precio pagado ha sido demasiado grande en vidas, hemos progresado correctamente, estamos recorriendo los últimos tramos de un tenebroso túnel y ya vemos la luz del exterior, ese horizonte que hace sólo unos días nos parecía inalcanzable.

Noqueados tanto anímica como económicamente, afrontamos esta nueva etapa convencidos de que lo peor ha pasado, que las heridas por el sufrimiento y las ausencias se irán cerrando, que la vuelta a las actividades productivas normalizará en buena medida la vida diaria de la mayoría y que quienes más apoyo social y económico precisan lo van a tener, al menos hasta que la normalidad vuelva a ser absoluta.

Pero no nos engañemos, que no nos confunda la “propaganda” oficial que se empeña en recordarnos cada día que “Salimos más fuertes” porque sabemos que no es cierto; no lo es para quienes han perdido a sus familiares, ni para quienes han superado la enfermedad con secuelas, ni para quienes han perdido su empleo, ni para quienes bajaron la persiana de sus negocios y les resulta imposible volver a levantarla…

Nos ha sacudido el vendaval, nos ha encerrado el miedo, nos ha tenido rodeados la muerte, se ha apoderado de nosotros la incertidumbre y salimos debilitados, recelosos, más tristes y desconfiados.

Parapetados tras las mascarillas, mantenemos las distancias y observamos nuestro entorno con precaución, como si ese maldito virus fuera a sorprendernos al menor descuido dispuesto a llevarnos a las extrañas listas de “Don” Simón.

Avanzamos hacia uno de los veranos más extraños de nuestras vidas, arañando pequeñas conquistas a la pandemia que con su llegada nos arrebató casi todo lo que antes era cotidiano.

Abren las terrazas, bares, restaurantes, comercios, desaparecen los tramos horarios, podemos reunirnos en pequeños grupos, viajar por la comunidad propia, ir a la playa aunque estén limitados el espacio y la permanencia…  y esos pequeños pasos nos acercan a lo que imaginamos que sería nuestra nueva forma de vida tras la dolorosa etapa vivida.

Es sólo el principio de lo que nos venden como la “nueva normalidad” y aunque estamos obligados a seguir todas las recomendaciones necesarias para minimizar los efectos de una “recaída”, volvemos a vivir la vida, tratando de continuarla desde donde la dejamos, a ser posible con la ilusión de entonces.

Y ¡tranquilos!, vuelve el fútbol y aunque es bien sabido que no soluciona los problemas, a más de uno, por momentos, le hará olvidarlos.