Un espectáculo dramático

El magma, desde las entrañas de la tierra, se revolvía incontrolable y según los expertos buscaba la superficie con impaciencia; era cuestión de tiempo.

Tras varias semanas en las que se habían producido miles de seísmos, en la tarde del domingo 19 de septiembre comenzó la erupción del volcán, aún sin bautizar, en la Cumbre Vieja de la isla canaria de La Palma.

Para quienes vivimos lejos de esa pequeña porción de España, no cabe duda de que ver por televisión la erupción podría parecernos algo histórico, asombroso, único y espectacular.

La ministra de Industria, Comercio y Turismo, Reyes Maroto, se tiró a la piscina en el primer momento con aquello de “el espectáculo maravilloso del volcán será un reclamo turístico”.

La rápida actuación de las autoridades y el trabajo de los distintos cuerpos de bomberos, protección civil, UME y Guardia Civil en el desalojo de quienes más riesgos corrían en el previsible recorrido de la lava, no han podido impedir el desastre natural, pero han logrado evitar desgracias personales.

Pero si ya en sus primeros compases se adivinaban los importantes efectos destructores del río de lava, con el paso de los días, las consecuencias del lento pero incesante avance de la colada en varias lenguas, que alcanzaron los 12 metros de altura, han superado todas las previsiones.

Con algún breve paréntesis, no ha dejado de “rugir” desde entonces, ni de lanzar a la superficie toneladas de rocas, cenizas y especialmente toneladas de dióxido de azufre, con efecto nocivo de sus gases.

La columna de humo y cenizas en la vertical del cono del volcán ha llegado a alcanzar los 5 kilómetros de altura; la lava, liberada a través de varias bocas ha recorrido pendiente abajo buena parte de los poco más de 5 kilómetros que en línea recta separan Cumbre Vieja del océano Atlántico y cabe la posibilidad de que lo alcance porque está ya a tan sólo 800 metros.

El balance de estos 8 primeros días de erupción es desolador; más de 6.000 personas han tenido que abandonar sus casas y una buena parte de ellas no podrán regresar, ya que cerca de 500 viviendas han sido engullidas o derribadas por la lava o en el mejor de los casos han quedado como pequeños “náufragos” sin acceso en mitad del desastre.

La lava ha arrasado más de 200 hectáreas, algunas de ellas dedicadas al cultivo de plátanos y aguacates; no se han salvado negocios, ni la escuela, ni el centro de salud, ni siquiera la iglesia; han desaparecido los caminos y han quedado inutilizables decenas de kilómetros de carreteras.

Algunos palmeros han tenido SÓLO 15 minutos para recoger sus cosas; novecientos segundos nunca pueden ser suficientes para meter en la mochila toda una vida; son muchos los que lo han perdido todo, casa, bienes y trabajo.

Las autoridades canarias y el propio presidente del Gobierno de España han prometido ayudas para la reconstrucción; Pedro Sánchez aseguró el primer día a los palmeros que “cualquier daño material será repuesto cuanto antes”.

Estamos ante una emergencia que nos toca de cerca y la solidaridad se tiene que demostrar en momentos como éste.

Al margen de que se cumplan las promesas oficiales, cualquier tipo de ayuda que podamos darles será bien recibida por los palmeros para poder reiniciar sus nuevas vidas.

Para que cuando todo pase, el mundo entero pueda contemplar ese rincón de su isla como “un espectáculo maravilloso”, el mismo que hoy, especialmente para ellos, es un espectáculo dramático.