Y entonces llegó el diluvio

En estos días hemos asistido perplejos a lo más parecido a un diluvio que se recuerda;  los entendidos dicen que se trataba de una “depresión aislada en niveles altos”, DANA, ¡bonito nombre para una verdadera hija de la gran…!.

Algunos se empeñan en recordarnos que ésta es una catástrofe histórica, la peor gota fría de los últimos ciento cuarenta años.

Pero… basta remontarse poco más de un siglo para descubrir en la hemeroteca que en septiembre de 1907, una avalancha de agua y barro, que alcanzó cinco metros de altura causó 21 muertos en Málaga.

Que en octubre de 1957, las lluvias torrenciales desbordaron el Turia y causaron 81 muertos e importantes daños materiales en Valencia.

Que en septiembre de 1962, las intensas lluvias en la provincia de Barcelona, causaron graves destrozos y 800 muertes en Tarrasa, Sabadell y Rubí.

Que en octubre de 1973, las inundaciones provocadas por fuertes lluvias, causaron numerosos muertos y municipios como La Rábita (Granada) y Puerto Lumbreras (Murcia), quedaron arrasados.

Que en octubre de 1982 se desbordó la presa de Tous por las lluvias acumuladas y murieron 30 personas.

Que en agosto de 1996, una tromba caída sobre el camping de Biescas, asentado sobre un torrente, causó 86 muertes y la desaparición de un niño.

Que en marzo de 2002 murieron 4 personas en Santa Cruz de Tenerife a causa de las inundaciones.

Que en diciembre de 2016, las inundaciones producidas por las intensas lluvias dejaron 5 muertos y serios daños en el sureste peninsular y Baleares.

Ahora, cuando las lluvias han descargado su furia sobre Levante, Murcia, Albacete, Almería…, la mayoría de nosotros, hemos asistido desde la distancia, al dantesco y catastrófico espectáculo a través de las impresionantes imágenes que nos han ido llegando por televisión, prensa, redes sociales, móviles…

Desgraciadamente, los residentes en esas zonas, han sufrido en carne propia la furia del agua y han visto con absoluta impotencia, cómo arrastraba todo a su paso, desbordaba arroyos y ríos, anegando y destruyendo  viviendas, enseres, propiedades, vehículos, cultivos, negocios, granjas, instalaciones e infraestructuras, incluido un puente del siglo XVI.

El volumen y la virulencia de las riadas han causado al menos 6 muertes y siendo esto lo más grave e irreparable, no es menos lamentable que miles de personas lo hayan perdido absolutamente todo.

Al tiempo, hemos asistido a un despliegue impresionante de gente dispuesta a ayudar, ciudadanos de a pie, servidores públicos, bomberos, protección civil, policía, guardia civil, UME…

Es el momento de pararse a pensar que, si bien las fuerzas de la naturaleza son imprevisibles e incontenibles cuando enfurecen, la torpe acción del hombre facilita y multiplica sus efectos devastadores, unas veces por el abandono de los cauces y otras por levantar construcciones civiles y obras públicas en los lugares más inapropiados.

Ahora, mientras los afectados se afanan en retirar el agua y el fango que los envuelve, tras la terrible avalancha que en un visto y no visto les ha arrebatado TODO y miran al cielo con rabia tratando de asimilar que han de comenzar de nuevo, que el diluvio los ha devuelto de un plumazo, maltrechos, heridos, cansados, “desnudos” y derrotados a la casilla de salida, que al menos les quede la confianza de  que las ayudas oficiales amortiguarán su desgracia y que la solidaridad de todos les llevará de la mano hacia un futuro más llevadero.