FC Barcelona 2-1 Atlético de Madrid: Superioridad culé en mayoría

En torno a la física surgen siempre dos cuestiones. Está el alumno que no la entiende y que no hay mas ‘tutía’. Pero por otro lado también surge el otro alumno, un tanto raro, que pretende reinventar la física en cada clase. Es muy raro, sí, pero hay quien cree que es un genio.

El Atlético de Madrid es últimamente estos dos alumnos y una facultad entera a la vez. Es un instituto y un colegio. Un jardín de infancia en el que soplan dientes de león mandando al cielo ilusiones que hoy quedan.

Que los de Simeone salgan vivos de un exprimidor de zumo cuyo motor es la UEFA y su base giratoria el Barça es una buena noticia para el fútbol y mala para los corazones. Fue un partido no muy bonito, es cierto, pero fútbol hubo un rato. El fútbol de ahora pasa por ser la diferencia de lo diferente y en ello nadie como el Atleti.

En el momento en el que Cholo retrasó a Gabi, 10 de la primera o así, empezó un paraíso de sensaciones. El Atleti recuperaba un campo no ganado y Koke cabalgaba por el verde como un purasangre. Suyo fue el pase y de Torres el empuje que arruinaba apuestas y vertebraba ilusiones. Cientos. Miles, quizá.

El 35 es el minuto por el que nos pagan y que vimos, incluso. La decisión fue tan justa que desequilibró el partido. Fue la segunda amarilla de Torres, una primera parte, unos Cuartos de Final. Aquel hombre nunca pitó igual al otro equipo y, esperemos, nunca pite igual a nadie.

El Atlético de Madrid fue flojeando como un plástico al sol. Aguantó estoico el fin del primer tiempo con la fuerza que imprimen los directos en el pómulo. Y el Barça crecía y crecía, como un cuñado gracioso al que todos ríen las bromas en una boda, que es la UEFA.

Acoso y derribo 

La arenga de Simeone debió ser por Messenger o no caló muy bien. El Barça salió sobrexcitado y mucho tardó en marcar. Todo parecía un atropello y los pases, medidos, directos, de Iniesta sobre la frontal atlética auguraban un exilio. Con todo y eso, los del Cholo respondieron bien, con la distancia que muchas veces es sinónimo de formas.

El globo de agua lo pinchó Luis Suárez. Fue un toque, tras un tiro de Alves, un rebote de Jordi Alba, con un juego de piernas de muchacha de José Luis Moreno que igual te sirve para una gala de Miss España que para ser reina de las fiestas de un pueblo de Teruel. Era el 62.

Lo peor para el Atlético de Madrid es que todo siguió igual y con las mismas intenciones. Incluso con los mismos nombres. Y es que el propio Suárez daría la vuelta al marcador. Un centro medido de Alves, un cabezazo sublime al que no llegó Oblak. Un dosuno en toda regla. Y en esas era el 73.

Así que el Barça bajó el pistón a medias y el Atleti aceptó la condena. A su forma. Las cabalgadas de Thomas hacían soñar lo imposible. El desgaste entonces llegó también para los que lo veíamos y el Barça, en su ímpetu, quiso marcar más.

No pudo ser y nos ansía ya el miércoles. Queda una eliminatoria casi viva, con dos equipos que pretenden pasar a semis y a uno de ellos sólo le vale ganar. Es una buena noticia para el fútbol.

Aquel, y miren que lo he evitado hasta el punto final, que le importa a Brych y a la UEFA, lo mismo que a nosotros ‘la Cipriana en los títeres’. O un par de expulsiones más. Pero seguimos confiados en pasarlo bien. En hundir, reflotar o estirar ilusiones físicas que son eternas. Como el fútbol.

Darío Novo