partido fútbol barcelona sevilla

FC Barcelona 5-4 Sevilla: Pedro da la Supercopa al Barça en la prórroga

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El fútbol es juego y pasión. El fútbol es entrenamiento y constancia. El fútbol es gol, es perspicacia. El fútbol es tiempo invertido. El fútbol es venganza. Del propio fútbol. Y así fue con Pedro, con su gol, con su rabia. Con el fútbol.

Todo empezó con un tanto de Banega desde la frontal del área cuando aun no nos habíamos quitado el bañador. Nos llevamos diez meses quejando del exceso de partidos pero cuando somos inaguantables de verdad es cuando llegan los otros dos. Por eso ese toque por encima de la barrera nos supo a venganza de tanto. Ter Stegen miró el balón como un espectador más y el Sevilla ponía patas arriba una final a la que aun le quedaba todo.

Y es que hay cosas que suenan de otro tiempo pero que son imparables: la salmonelosis, las paperas o Messi. Apenas seis minutos después del gol de Banega, el argentino calcaba su gol. Si bien supo aun mejor, por aquello del vuelo de Beto y porque Leo fue siempre mal rival si en lo de hacer goles-espectáculo consiste el juego. Siete minutos después de su propio golazo, el mismo Leo, unos metros más atrás, de falta también, superaba lo a priori insuperable. Era la remontada del Barça, el camino hacia el sextete, la gloria eterna de Messi.

La primera parte dio más de sí. Con un Sevilla cada vez más acorralado y Krychowiak más retrasado de lo normal en la función de bombero, Luis Suárez anotaría un gol de esos que solo los linieres son capaces de privarnos. A dos del descanso, el propio Luis Suárez se quedó solo ante Beto tras una carrera desde Uruguay. El portero sevillista adivinó las intenciones pero la constancia del charrúa a por el balón tuvo su recompensa en forma de asistencia con caño incluído que Rafinha mandó a la red. Era el 3-1.

La segunda parte comenzó con los sevillistas mucho más adelantados en lo que parecía un suicidio de Emery con gas de la risa. En el 51 un pase horizontal de Tremoulinas fue a parar a los pies de Busquets que puso el balón a Luis Suárez que este puso en la portería de Beto. Esta vez no hubo compasión.

La igualada

Con el gol el Barça desapareció en ataque y se mostraron las carencias propias del inicio de temporada, su falta de ritmo, su complacencia. José Antonio Reyes -un hombre llamado a este tipo de finales- puso el 4-2 en el marcador en el 56.

Pero sería en el 70 cuando Sevilla creyó y nosotros también. Mathieu placó a Vitolo dentro del área y, tras dejarle rematar, el árbitro consideró la pena máxima. No hubo perdón. Kevin Gameiro desde los once metros lanzó a su lado favorito, el derecho del portero, a media altura. Un cañón. Imparable. El 4-3 devolvía la ilusión a 20 minutos del final.

Emery movió banquillo. Un banquillo, por cierto, que con el complemento de unos cuantos canteranos bastaría para ganar a 10 equipos de primera y perdonen la boutade. En la palestra Konoplyanka, Immobile y Mariano. En el 80, Immobile cogió la espalda a Bartra algo que más que jugada viene a ser costumbre. Con una asistencia magistral, el italiano pasó el balón por el área pequeña en esos momentos en los que los estadios callan y las piernas tiemblan. Todas menos las de Konoplyanka que remachó a gol y desató la locura del 4-4.

Nos regalarían entonces 30 minutos de prórroga a pesar de que el Barcelona lo intentó y puso a Piqué de delantero centro, como los grandes días que llaman a la épica. El tiempo extra fue un correcalles de ida y vuelta en el que pudimos ver una versión más adulta de Messi que a estas alturas lucía el brazalete.

Además de la visión de ‘primo de Zumosol’ en la que todos buscaban al astro argentino, Messi dio lo mejor del fútbol inteligente. Propició faltas, entradas en diagonal, calma, búsqueda de bandas, balompie de Apple. En el 112, Mariano cometió una falta sobre el propio Leo justo desde la frontal del área donde empezó todo con el gol de Banega.

Fueron dos minutos de empujones en el área y de sprays de espuma. Leo quiso poner el balón en la escuadra pero hasta el dios del fútbol creyó que era demasiado. El rebote en la barrera sirvió para que el propio Messi mandara el balón con rabia, raso, seco, fuerte. El balón rebotó en Immobile y los reflejos de Beto lo salvaron de la red. Por allí apareció Pedro, Pedrito para los amigos, que levantó el balón con un patadón con furia como si fuera el último -¡quién sabe si será el último!- y puso el 5-4 en el marcador. Venganza del propio fútbol.

 

Pero el Sevilla no se dio por vencido y la tuvo por dos veces. Primero fue Coke tras pase de Banega en el 117 y después fue Ramí quien envió fuera un centro de Immobile calcado al cuarto gol sevillista, si cabe algo más fuerte y en el 120, que es mucho pedir. Al finalizar el partido el banquillo culé saltó al campo desde la línea lateral, como en las grandes noches y las grandes finales. Los de Emery miraron al vacío como cuando alguien que hemos tenido cerca se nos va muy lejos. Y es que para ser justos, hemos de concluir felicitando al Sevilla y a los dos campeones: al Barça y a Pedro.