Karim el Hayani echa pie a tierra

Karim incluye en su vida no pasos, sino patadas. Quizá la sonrisa de adolescente pícaro es lo único que le queda de adolescente. Se doctoró en adolescencia a los 12 y de ahí surgió su madurez. Karim, como muchos otros, vivía en Tánger, una tierra a medio camino entre la tradición y los sueños.

Supongo que pocas veces habremos sufrido tanto como el día en el que nos nublan nuestros sueños. Hamburguesas con queso, muchas chicas en un jacuzzi, el último modelo de coche. La realidad en Tánger es que no existe una realidad. La espiral del silencio es el mandamiento comunicativo máximo y allí, todos, dicen que en frente hay una vida mejor.

Y quizá así sea. Es el punto de vista de la sociedad occidental que, evidentemente, no condena a nadie a jugarse la vida para integrarse en ella. Karim fue, y es, en el mejor sentido de la palabra un hombre feliz. El mayor matiz estará aquí en qué consideramos hombre. Él lo es. Se labró su futuro en la calle, «como todos allí». Una sociedad en la que prima la comida en la mesa para la familia por encima de los ­en ocasiones­ vacíos derechos humanos.

Colaborar no sólo es común, sino que es importante y necesario. Vivir en una casa a la que no llega apenas comida cuando es tu familia la que pasa hambre, hace a los hombres. Por eso en esa localización es normal ayudar a los padres de familia en sus empeños a menudo primarios. Y tan duros.

«Al final prefería trabajar que estudiar porque así ayudaba a la familia. Por ejemplo ayudaba de cristalero y era un orgullo para salir adelante. Aprendí a leer y escribir en árabe pero veía gastos y gastos y gastos, preferí trabajar que estudiar». Trabajó de ayudante de cristalero y de carpintero una manera de sentirse orgulloso con su familia. Tenía 7 años.

Forma parte de una mentalidad diferente, la de la calle, que hace madurar temprano pero siempre bajo el fantasma de la droga. Comprar o vender. Es igual. O es lo mismo. «Veía a chavales que de no tener nada, o tener lo mismo que yo, bajaba con un cochazo y siempre pensabas ¿qué habrá allí?».

La decisión del viaje más duro de su vida, pero más esperanzador, sobrevuela la cabeza de todos y cada uno de los chavales marroquíes. Forma más parte de un sueño que de un viaje organizado de vacaciones. Es por ello que todos los riesgos no son suficientes para echar atrás el empeño de miles de chavales que a diario se juegan su vida para llegar Europa. Y jugarse la vida no es algo poético, sino literal.

El mediano de cinco hermanos llegó a España en silencio. Su familia nunca supo nada. Un día más, Karim salió con sus amigos y marchó a Europa. «Si le digo a mi madre que me voy a España no me hubiera dejado salir ni a por una barra de pan». Un viaje demasiado largo para los 12 años que entonces tenía Karim. Su madre no lo llevó bien, los primeros días se desmayaba ante el duro pensamiento de no volver a ver a su hijo.

Lejos de las maletas, es un viaje que se hace con lo puesto, sin dinero, con los bolsillos vacíos y el corazón y la cabeza lleno de esperanza. Un viaje con 5 amigos que después se separarían en los bajos de los camiones del puerto. Entonces todo es un maremagnum de bajos del coche e incluso controles, como su camión, que fue registrado tres veces por las autoridades sin dar con Karim ni con ninguno de sus compañeros de viaje.

«Engancharse a los bajos» era la forma que usaban en Tánger para ir a jugar al fútbol. Algo normal allí, impensable aquí, el desplazarse agarrado a las furgonetas para recorrer kilómetros y kilómetros de carretera de tierra. Una hora y media de viaje hasta Algeciras donde se bajó del camión y comenzó otra ruta aun más larga y peligrosa.

«Yo quería alejarme de allí lo máximo posible y me fui a la estación de autobuses». Allí, junto a otros cuatro compatriotas marroquíes se metió en los bajos de uno de los colectivos que viajaban en dirección a Barcelona. Un sueño o una manera de morir. «He visto gente delante de mi que no aguantaba en los camiones por el duro esfuerzo, caer y ver que las ruedas le pasaba por la cabeza».

«¿Y no os da miedo, Karim?»

«Muchas veces nos lo dicen. Se habla en el pueblo que ha muerto tal o cual vecino. Pero es que nos da igual».

En Barcelona, Karim se entregó a la Policía sin saber castellano. Tras una charla con un traductor de francés, fue enviado a un centro de menores copado de marroquíes. Se escapó. No sólo huía de su país, sino también de la delincuencia. «Vine aquí para buscarme un futuro mejor, no para delinquir».

En una mezquita barcelonesa, hicieron una colecta para juntar los 30 euros que llevarían a Karim a Madrid en autobús. Nada más que esos 30 euros. Sólo pudo comer caliente en la mezquita tras tres días de viaje.

Como en una especie de deja vu, volvió a entregarse a la Policía madrileña. Ni una palabra. Ni padres. Ni nacionalidad. Nada. En esos momentos, solo buscaba un sitio seguro. «Algunas personas suelen decir que son palestinos o sirios ya que, al estar en guerra, sabes que no te van a devolver allí». Fueron dos semanas en el Centro de acogida de Hortaleza. Allí le realizaron un perfil y, dependiendo del comportamiento, le mandan a un sitio u otro.

Él recaló en Aldeas Infantiles en San Lorenzo de El Escorial. Su vida, algo que recuerda a cada momento con un gesto de agradecimiento y una sonrisa. «Aquí me trataron como un hijo». Una casa, zapatillas, paga y, sobre todo, cariño». Un sitio en el que salir hacia delante y en el que sólo piden que estudies. «Hice la ESO y después estudié una titulación de cocina en cursos que imparte Aldeas Infantiles».

Al cumplir 18 años, Aldeas sigue apoyándoles. «Es lo que más he valorado de ellos, pocos centros hacen eso». Lo hicieron con un piso compartido en Collado Villalba en el que poder seguir estudiando y no solo eso, encontrar trabajo, ahorros, en dos palabras: salir adelante. La conciencia prima y Karim es muy consciente de que su puesto podría ocuparlo otro.

Se marchó de allí con un trabajo de cocinero pero bajó su rendimiento como atleta. El horario partido le impedía entrenar en montaña y se vio obligado a dejarlo y, con los ahorros, volver a buscarse la vida en Barcelona. De nuevo.

Allí le llegó la oportunidad de patrocinio con la marca Inverse tras ganar dos años el campeonato de España Junior y el campeonato de Madrid por relevos. «Cuando llevas muchas carreras ganando, ya te apoyan». Ni siquiera eso es suficiente para vivir. Aldeas sigue apoyando a Karim con un piso en Madrid y dinero para manutención.

La cara solidaria de Karim se muestra en multitud de charlas a lo largo y ancho de España a chavales en riesgo de exclusión. En ellas, les cuenta su historia y les enseña el espejo que muestra la posibilidad real de salir adelante. «Les digo que el deporte me ha hecho ver las cosas de otra forma» y «valorar a sus educadores». Les hacía ilusión. Incluso había alguno que se calzaba las zapatillas al día siguiente y se ponía a entrenar.

Karim baja a ver a su familia una vez al año «o dos ¡depende de las carreras que ganemos!». Lo suyo con las carreras comenzó con los cross escolares que realizan los centros educativos. Su primera carrera las hizo con unas zapatillas multitacos y quedó quinto. Sin entrenar. Sin preparación previa. Aquí surge un nombre clave, Coti, su entrenador en Aldeas Infantiles que empezó a llamarle para carreras.

Al no tener papeles, los clubes ponían muchísimas trabas para la participación que salvaba Coti, haciéndose responsable. «Tiene un don para la motivación», dice, con una sonrisa. Con los primeros entrenamientos, fue subcampeón de Madrid. «Cada fin de semana, traía medallas».

En sus comienzos, no le dejaban correr descalzo, algo que es cultura en Marruecos. Pura comodidad. Tras el colegio, en atletismo, comenzó a correr sin zapatillas. «La gente al principio me decían que era un loco, pero cuando te ven en el podium, ya no piensan lo mismo». Y todo se fue mediatizando. Karim ha pasado por las páginas del Marca o por las ccámaras de Espejo Público. Ahora son tres entrevistas a la semana lo que destaca su cualidad de corredor «peculiar».

No solo corre descalzo: gana descalzo. «Ayuda mucho a no lesionarte. Al pisar con la parte delantera, siempre se hace con la rodilla flexionada; mientras que si lo haces con la parte trasera, la rodilla sufre».

­¿Has probado a correr con zapatillas?

­»Lo he intentado un par de veces. En una carrera con zapatillas iba cuarto y al final las tiré y terminé cuarto. Es como si tu llevas unas zapatillas en los pies y otras en las manos ¿no hace falta, no? Pues a mi me ocurre lo mismo».

Ahora una marca de sandalias le ayuda económicamente y no tiene problema en correr con ellas. Son sandalias que se adaptan al pie y cuya pisada es lo más parecido a andar descalzo. Se llaman minimalistas y con la pisada se siente el suelo como si se corriera sin ellas.

«Antiguamente se caminaban millones y millones de kilómetros y no pasaba nada. Ahora salen lesiones jaja». Los podólogos que conoce están a favor del minimalismo por la misma razón de las rodillas que explicaba anteriormente que relaja, ya de paso, la espalda y de esta manera evita las lesiones. «He recomendado a gente correr con sandalias y ahora corren mucho más rápido». Pero tiene que ser algo progresivo, es un cambio de técnica, algo diferente. 

Ahora Karim entrena a diario en Abantos. Esconde sus zapatillas en un matorral y se lanza a correr los montes que le vieron crecer. «Hay que buscarlas a fondo, nunca me ha pasado el llegar y que no estén a la vuelta».

Piensa en el futuro. En unos días viajará a Estados Unidos para una sesión fotográfica y después irá a Turquía a recorrer 250 kilómetros en un ultratrail, una distancia que nunca ha realizado. «Lo máximo han sido 80 kilómetros y quedé noveno. Corrí muy relajado». Un cambio radical. En 2013 su distancia fetiche eran los 400 metros lisos. Sumen hasta los 250 kilómetros.

En la Copa de España, la gente no creía que pudiera terminar: una bajada con piedras que cortaban. «Al final terminé ganando pero con mucha ventaja. De hecho, en esa bajada solté piernas. Como llegué tan bien, volví a subir a buscar a mis amigos para volver a bajar con ellos». 

Su viaje a Turquía será el primero como competidor. Karim recibió los papeles hace 10 meses. Sin límites. Su vida pasará en el futuro por viajar a Estados Unidos para dedicarse al 100% a la competición donde ya le esperan entrenadores, masajistas y el apoyo privado que en España no le han podido ofrecer. Una cabeza que no deja de soñar y ya piensa qué hará en el momento de decir adiós al atletismo: «quiero montar una empresa de calzado minimalista».

El chico que llegó en los bajos del camión hoy vuela rumbo a las competiciones más importantes del mundo. Cumpliendo sueño tras sueño. Con los pies en la tierra.


 

Darío Novo