‘Biscotto’ democrático

Decía Ambrose Bierce en su Diccionario del diablo que hablar consistía en ser indiscreto sin ser tentado a partir de un impulso sin propósito.

Ay, del hablador español.

Cada español guarda para sí mismo un tertuliano capaz de ser en la misma semana seleccionador nacional, experto en aviación internacional o tenaz analista electoral en la que será la llamada ‘semana de los pactos’ que continúa a la segunda edición de la noche de los transistores.

Así pasa uno el fin de semana pegado al transistor entre los finales de liga, Eurovisión y las elecciones donde todo ha terminado de manera previsiblemente ineficaz: con las derrotas mal encajadas tras noches de insomnio. Más o menos como los puntos de Mayweather y Pacquiao.

A fin de cuentas, si Edurne se sintió ganadora en esa venganza cañí a la política económica europea que toma forma de leds, señoras con barba o personajes buenafuentiles ¿quién le dice al Partido Popular del hablador Pablo Casado que ellos no han ganado en estas elecciones?

Las municipales son el EGM del político que, como en las ondas, viven de hablar.

Y es que dentro de la nueva social democracia, el llamamiento impuesto por esas horribles tertulias políticas televisivas, tomadas a su vez de esas horribles tertulias del corazón televisivas, tomadas a su vez de esas horribles tertulias futbolísticas televisivas, ha obligado al pueblo llano –“también llamado soberano en época electoral”- a creer que la vía de escape final a sus votos será una reunión en un hotel que fíe y porfíe su voto a cambio de concejalías de poca monta.

Ay, del negociador español.

El negociador español es egoísta no porque sea español, sino porque es egoísta que es todo aquel que no tiene consideración por el egoísmo de los demás.

En este matiz, se moverán entonces las negociaciones de una democracia cuyos votantes han tornado en multicolor lo que supone un salto similar a la llegada de varios canales de televisión cuando los antiguos apenas se conformaban con dos.

Dentro del espectáculo circense que guardan los acuerdos postelectorales con sus rúbricas y su canallesca, más española por española que por negociadora, prevalecerá el hecho de la venganza al vecino que es, como en la fábula del genio que otorgaba el doble al vecino que a él hasta que eligió quedarse tuerto, un modus vivendi español.

Como los gritos.

Así las cosas, podría darse la paradoja del cambio de ideologías por el mal común, una democracia más bizcochera que un Granada-Atleti, que me trae a la memoria aquella frase de Jabois: “estoy de acuerdo con su opinión, pero no la respeto”.

Al fin y al cabo, también decía Bierce en la primera acepción que los egoístas “son personas de mal gusto, que se interesan más en sí mismo que en mí”.

Tal es así la democracia.

Darío Novo