extranjera

Extranjera

extranjera

Hace dos semanas aterricé en un pequeño pueblo del  sur de Francia sin hablar ni papa del idioma. La frustración de los primeros días era tal que me dormía con dolor de cabeza y la cara de póker me duraba toda la jornada. La cara de póker sigue, el dolor de cabeza ya ha desaparecido. Entiendo si me hablan despacito y hablo por necesidad, la necesidad vital que una comunicadora como yo tiene de hablar porque si no la posibilidad de explotar es muy alta. Y aquí estoy, absorbiendo como una esponja, utilizando el lenguaje no verbal más que en toda mi vida y hablando portucés (vocablo inventando ahora mismo para designar la mezcla de portugués y francés).

A lo que yo quería llegar realmente después de esta introducción banal es que esos primeros días no podía dejar de pensar en esas personas que obligadas por su situación deben abandonar sus casas y llegar a un sitio en el que nadie les entiende,  en el que muchas veces no son bien recibidos y en el que para más inri se ven obligados a buscar un trabajo que nadie les quiere dar.

Mi situación está alejada de esa otra realidad, a mi me han recibido con los brazos abiertos, me ayudan en todo lo posible y hacen un gran esfuerzo por entenderse conmigo. Pero sí que es cierto, que esa limitación lingüística me ha hecho sentirme por primera vez en mi vida como esa palabra tan fea llamada extranjera.  Extranjera es como me llama el gato apatronado en la puerta de mi habitación y que me mira con cara de “esta es mi propiedad” y que me maúlla cada vez que pasa por su lado.  En mi cabeza solo se repite la canción infantil de “si mi hincas las uñas, te cortaré el rabito”, canción que prometo que cuando era pequeña sentía que no tenía edad suficiente para escucharla por la crueldad de la misma. Obviamente no le cortaré el rabito al gato, pero sí que su mirada me recuerda a la de esos xenófobos que defienden las líneas imaginarias que separan “su” territorio y que no quieren que nadie las cruce. Menos muros, menos vallas y más manos tendidas que si nos apretamos cabemos todos… hasta el gato.

Lo fácil que me resulta comunicarme en castellano y los usos tan feos que les dan algunos, “puta, barata, podemita”. Podría escribir una entrada completa sobre lo que pienso de este señor y de sus palabras, pero observando el nivel que demuestran, me merece más la pena gastar mi tiempo hablando de un gato que maúlla.