Barcos sin honra

Tal y como se preveía, no hubo sorpresa de última hora; la votación a viva voz “acobardó” a los necesarios diputados socialistas “valientes”, si es que los había, decididos a no tragarse el sapo de la amnistía, para cambiar el guión de Sánchez y de paso, cambiar, con un brusco golpe de timón, la historia inmediata de España; 172 a favor de la investidura de Feijóo, 178 en contra.

Una oportunidad perdida de dejar a los separatistas en la estacada, con un palmo de narices y abrir la puerta para que definitivamente, el prófugo, pudiera acabar ante los tribunales de justicia, ante los que incomprensiblemente no ha sido puesto desde que tras proclamar la republica de los 35 segundos (no duró ni los tres días de la proclamada por Macià en 1931 ) huyera como un vulgar delincuente en el maletero de un coche.

Quienes perdieron las pasadas elecciones generales, a buen seguro, andaban ya, antes del desenlace fallido de la investidura del líder del partido que ganó las generales con 137 escaños, enfrascados en el reparto de las carteras ministeriales de un gobierno con tantos colorines que ya quisiera el arco iris, que llenará de nuevo un Consejo de Ministros tan apretado como aquel mítico camerino de los Hermanos Marx.

172 escaños pueden parecer muchos, máxime cuando en ocasiones anteriores, otros candidatos, González, Rajoy y el mismo Sánchez, resultaron elegidos con menos, pero la cruda realidad matemática de tener 178 en contra, ha certificado que eran insuficientes y volverá a serlo en la siguiente votación, cuando sólo se requiera mayoría simple.

Al contrario de lo que tan despectivamente venían manifestado los perdedores, en ningún caso ha sido una “pérdida de tiempo”, sino una oportunidad histórica de reprochar, especialmente a Pedro Sánchez, estar decidido a cualquier cosa para mantenerse al frente del Gobierno de España; no todo vale y “bajarse los pantalones” para alcanzar un objetivo personal, ayer, hoy y mañana, es una imperdonable indignidad.

Feijóo tenía todo el derecho a intentarlo y ha defendido muy dignamente, con claridad y contundencia su opción, sabedor de que todos los esfuerzos podrían resultar inútiles ante el “muro” levantado por Sánchez y sus cooperadores necesarios.

No encontró la réplica lógica y esperada de quien debía hacerlo; el perdedor de las generales prefirió dar paso a un diputado raso, un recién llegado descabalgado de “su” alcaldía, en un gesto que muchos, dentro y fuera del hemiciclo, entendieron como una evidente cobardía.

La hemeroteca guarda celosamente todo lo que se hace o se dice y por eso ha optado por permanecer callado;  pronunciarse ayer sobre la amnistía, recriminar a Feijóo que da por hecha esa ley que no sólo borra el pasado, sino que genera la impunidad futura de los golpistas y negarla como aún hace Patxi López, podría haberlo dejado una vez más y ya van …, con el culo al aire mañana.

Hay quienes, cuando no tienen el valor suficiente para enfrentarse a las situaciones complicadas que les afectan directamente, recurren a azuzar a sus “perros” o a enviar a sus “matones” y permanecen impasibles observando la escena con complacencia, con la sonrisa contenida, esperando la “sangre”, salivando por su éxito personal y por la “humillación” del rival, con ese aire de superioridad que otorga conocer el resultado final.

Hoy, como ayer, como mañana, como siempre, hay quienes prefieren conservar la honra sin barcos y quienes, cueste lo que cueste, se empeñan en mantener los barcos sin honra.

Los españoles hemos asistido hoy a la ceremonia en la que Sánchez ha optado por mantenerse agarrado al timón del barco para una travesía que se adivina tempestuosa.