Criminal de guerra

Sea cual sea el desenlace final de esta guerra, no habrá ganadores; las numerosas pérdidas humanas, la destrucción de infraestructuras, edificios públicos y privados y especialmente la escalofriante cifra de casi tres millones de ucranianos forzados, hasta el momento, a huir del país para salvar su vida, son la más elocuente imagen de que sólo habrá perdedores.

Sea cual sea el epílogo, esta guerra absurda e injustificada no alcanzará el objetivo de su promotor, que en el mejor de los casos, convertido ya en un indeseable a los ojos del mundo, pasará a la posteridad con los “méritos” suficientes como para ocupar un lugar de privilegio entre los grandes criminales que la historia de la humanidad ha ido dejando retratados desde la aparición del hombre sobre la tierra.

Cuando están a punto de cumplirse tres semanas de ataques, es evidente que la poderosa maquinaria militar rusa no ha logrado conquistar Ucrania, pero sí causar incalculables e indiscriminados destrozos en las principales ciudades a lo largo y ancho de todo el país, tanto en instalaciones oficiales como en comunicaciones y en algunos de sus muy numerosos bienes culturales.

No le ha importado masacrar a civiles que trataban de escapar, bombardear varios hospitales, un jardín de infancia, un orfanato y una mezquita, arrasar bloques de viviendas, destruir plantas de almacenamiento de alimentos, poner en riesgo varias centrales nucleares…

No ha dudado en sacrificar a varios miles de sus más jóvenes e inexpertos soldados, ni en hacer sufrir a la inmensa mayoría de la población rusa los efectos de las sanciones que han impuesto y seguirán aplicando la mayor parte de los países del mundo.

Ni él, ni sus hijos, ni los “nuevos ricos”, multimillonarios enriquecidos tras la estampida privilegiada desde el viejo comunismo hacia el capitalismo salvaje que les ha proporcionado el hecho de controlar el poder, sufrirán penalidades, por más que les inmovilicen sus lujosos yates o les impidan adquirir más artículos de lujo.

Putin no ganará la guerra ni siquiera si consigue ocupar Ucrania y coloca a los suyos en el control del país; no lo logrará aún en el caso de que alguno de los suyos o algún traidor acabe con el legítimo presidente Zelenski, el comediante que metido en el mejor papel de su vida, asombra al mundo.

Dicen que lo peor está por llegar… habrá mayor intensidad en los ataques, mucha más destrucción, más muertes y muchos más centenares de miles de ucranianos en un éxodo histórico que camina con desesperación hacia la seguridad y la solidaridad de los países vecinos y del resto de Europa.

Vladímir Vladímirovich Putin sabe que ya se ha convertido en un despreciable homicida a los ojos del mundo; no ha colado su interpretación de “justiciero”, su disfraz de superhéroe liberador no se sostiene.

Su empeño en ocultar al pueblo ruso sus tropelías y hasta sus propios muertos, tienen los días contados; no puede tapar indefinidamente la cruda verdad, ni contener por mucho más tiempo, con detenciones y encarcelaciones, las protestas de quienes no comparten ese “imperialismo” desbocado que los conduce al desastre.

Ha hecho ya “méritos” suficientes como para ser conducido en su momento ante el Tribunal de La Haya, pero se obstina en seguir incrementando su historial de criminal de guerra.