Demasiadas ausencias

Ocho largos meses de preocupaciones, encierros, limitaciones de movilidad, incertidumbre, temores, paro, ruina, dolor y muerte nos han traído a las puertas de la Navidad más atípica y sombría de las últimas ocho décadas.

No es necesario ser un experto para darse cuenta de que los datos diarios siguen siendo muy preocupantes, en todo el mundo, donde los contagios rondan ya los 63 millones y las muertes oficiales son ya más de 1,4 millones y también aquí, en España, con 1,6 millones de personas contagiadas desde que comenzó la pandemia y casi 72.000 muertos, por más que a día de hoy se contabilicen “sólo” 44.668.

En este año para olvidar, con el paréntesis de un verano en el que las autoridades nos animaron a salir sin miedo para reactivar la economía, llegamos a diciembre, sin tener controlada a la “bestia” y con el persistente e ilusionante anuncio de que un número indeterminado de vacunas están al caer y resolverán una buena parte del problema.

Ante un incierto futuro, al que incluso la vacunación masiva no le concede una garantía absoluta, quien más quien menos hace sus planes para la celebración de las fiestas que ya están en el horizonte.

La falta de un único criterio oficial, por aquello de los 17 gobiernos autonómicos, propicia que cada una de las comunidades organice, con las mejores intenciones, lo que podría ser el mal menor de unas fiestas familiares en las que el aumento de contactos llevará aparejado un mayor porcentaje de riesgo de contagios.

Mal que nos pese, seguimos anclados en la arena, con los pies mojados por la marea que va y viene, sorteando olas medianas y confiando en que la enorme no nos arrastre.

No hemos conseguido alcanzar la nueva “normalidad” que nos prometieron, especialmente por la inusitada maldad del virus, pero en buena medida también por los numerosos errores oficiales y por la inadmisible irresponsabilidad e inconsciencia de quienes no le dieron, ni le dan aún, la importancia vital que tiene mantener las distancias y todas las precauciones que nos han ido recomendado en cada momento.

No podemos permitir que nos deslumbren las luces navideñas, ni que nuestro habitual espíritu consumista desborde las calles y facilite la expansión de los contagios; es imprescindible que se imponga la cordura y la responsabilidad de cada uno, para minimizar el problema.

Y aunque quienes pueden dictar las normas discuten en estos días si en nuestras mesas de Navidad podremos estar seis o diez y si se incluirá o no en esas cifras a los niños, la decisión final está en nuestras manos, no podemos caer en la trampa de pretender normalizar reuniones festivas más numerosas que a la vista de los datos diarios no pueden, ni deben serlo aún.

Quien más quien menos tendrá una silla vacía en torno a esas mesas, no podrá estar la abuela, la madre, el padre, el hijo, alguno de los hermanos o familiares, muchos de los viejos amigos…

No podemos olvidarlos, sean oficialmente 44.000 o realmente 72.000 las personas que hemos perdido, todos ellos son ya demasiadas ausencias.