¿Un viaje sin retorno?

Mal que les pese a algunos, aquel lejano 22 de noviembre de 1975, tras la muerte del dictador, Don Juan Carlos asumió la Jefatura del Estado Español y comenzó un reinado en el que personalmente ha protagonizado algunos momentos trascendentales de nuestra historia, que han generado la admiración de su figura política tanto dentro como fuera de España.

El 31 de octubre de 1978 fue aprobada la Constitución Española por 325 de los 350 diputados del Congreso (incluidas ocho excepciones, cinco “NO” y tres «ABSTENCIÓN”) de la Alianza Popular de Fraga, en la que el ahora ¿descatalogado? Verstrynge era Secretario General.

Ese mismo día fue aprobada también en el Senado por 226 de los 239 senadores asistentes.

El 6 de diciembre de 1978, un 67,11% (17.873.271) de los 26.632.180 españoles que estaban convocados a las urnas (participación del 67,11%) votaron la nueva Constitución Española, con un resultado afirmativo de 15.706.078 (88,54%).

Aquella Constitución, norma suprema de nuestro ordenamiento jurídico, cumplirá 42 años de vigencia el próximo 6 de diciembre y no sólo sigue siendo plenamente válida, sino que a día de hoy parece poco probable que cualquier modificación importante pueda lograr el consenso necesario para hacerlo.

No es nuevo que algunos partidos políticos, especialmente los nacionalistas, preferirían que la “forma política” del Estado fuera otra muy distinta a la Monarquía Parlamentaria que hoy por hoy tiene como figura representativa al rey Felipe VI, con una impecable trayectoria.

No es admisible, bajo ningún concepto, que determinados colores políticos, aprovechando la coyuntura de la “voluntaria” desaparición del emérito, al que sin estar a día de hoy inmerso en ningún procedimiento judicial, ya han condenado por informaciones que detallan comisiones percibidas y movimientos de capitales, maquinen para echar abajo la institución monárquica, de paso distraer la atención pública y tapar sus propias vergüenzas.

Afortunadamente ningún partido tiene, hoy por hoy, la capacidad de pasarse la Constitución por el “moño”, aunque no falten quienes lo intentan y parece poco probable que las pretensiones republicanas cristalicen a medio plazo.

La monarquía, concretamente la española, no es un “Juego de Tronos”, por más que el empeño de algunos vaya encaminado a ganarle la partida a la corona, para establecer su propio “juego” de la república.

Parece evidente que el prestigio ganado en tantos años por la faceta pública del emérito no va a ser suficiente como para frenar la vertiginosa caída en desgracia que han desencadenado algunos “hechos” de su faceta privada.

Pero es imprescindible separar la institución de los comportamientos personales de uno de sus miembros, un anciano “vividor” que forzado por los acontecimientos ha decidido iniciar un viaje ¿sin retorno? que en ningún caso debería llevarse por delante a su sucesor.