Atlético de Madrid

Atlético de Madrid 1-0 Bayer (3-2): Justicia desde los once metros

Atlético de Madrid

Nos dijeron muchas veces que no. Que por ese camino no. En el instituto, que no íbamos a ser capaces de aprobar el acceso a la universidad. Después nuestros padres y sus días de ofuscación. Nos contaban que no íbamos a ser capaces de sobreponernos a la vida, a la vida en sí. Ayer, chocamos con los penaltis. Y nos sentimos señalados. Pero pasamos Selectividad, llamamos de tú a tú y vencimos desde los once metros.

Fue victoria y, a la vez, justicia. Cuando acabaron los 120 minutos pensamos en las veces que todo debía haberse resuelto así pero no llegó. Y fue justicia por el resultado positivo de quienes buscaron el partido a pesar de tener delante a un equipo muy, pero que muy, alemán.

El Atleti salió en tromba. Lo hizo con las mejores galas, como quien limpia los mocasines. Lo que quedó en duda es si, a día de hoy, se estilan los mocasines. Porque la duda de la tarde era si Cholo acertaba con lo de Cani, querer jugar, querer que jugásemos. La respuesta será un no. Rotundo. No acertó. El partido encumbró a la valentía y destapó a la realidad. La presión del Bayer (un equipo, a la postre, chapeu) hizo complicada la aventura.

Y todo llegó desde un rechace, un tío libre. Desperdiciados sistemáticamente los córners por aquella motivación hacia Koke de vencerlos al primer palo, todo llegaría desde la segunda línea. Por fin. Aprovecharé para pedir perdón a Mario, uno de los nuestros. Un zapatazo suyo, tan libre, tan Mario, rebotó y batió a Leno.

Creímos e incluso pedimos calma. En la calma nos dio tiempo para pensar los por qués de Mario Suárez. Sus mejores momentos y goles, vienen marcados por una reacción casi alérgica al juego que lleva haciendo –o padeciendo- el Atleti del último año. Incluso de los últimos años. Quizá sea un calcetín de otra talla. Pero el perdón viene marcado porque quizá, hablando de uno de los nuestros, es no saber quién es la talla y quién el calcetín.

Desenfreno

En la segunda mitad, Raúl García sustituyó a Cani. Justicia poética. Cani firmó un día grande pero confirmó su adiós. Tras la sustitución de Oblak por Moyá, y esa (in)decisión técnica, nos vimos otra vez como en Lisboa. Manyu, cojo. Señalaron a Gabi la salida al terreno de juego y alguien me comentó que no se podían hacer cambios al ‘piedra, papel o tijera’. Y no sé si alguien más lo escribió a otro alguien, pero el impulso se contuvo.

El Bayer no fue nada, por cierto. Un entrenador que se parece a Emery físicamente e, incluso, en el mejor sentido de la palabra. Aprovecho el párrafo para honrar al Bayer, el del partido de ida. E incluso el de ayer. El que quiso parecerse al Atlético de Madrid y sacó los codos: eso no es el Atleti, amigos.

Pero se le honrará por la presión, por el equipo. Alemanizaron la situación hasta ser extenuante, a la prórroga, al posible nunca jamás. El Atleti la tuvo, claro. Fue fruto de una ocasión que llegó a las botas de Arda y que repelió Leno. Eso sí fue injusto. Una negación a la matrícula de honor de un tipo sobresaliente. Se acaban los adjetivos y las descripciones del turco. Le dije “Ibuprofeno en la resaca”, “señor que te invita a fumar cuando le pides la hora” y de ayer le diré música que, gracias a dios, lleva Griezmann en su iPod.

Los 30 minutos más nos supusieron un alargue de la pasión y una condena para nuestro maltrecho músculo que late. Ahí nada llegaba. Eso a pesar de buscarlo y del principio, arrollador, acosador, en cada tiempo. Torres se destaca en estos momentos como quien quiere ser. Deberemos calmarle: para los de casa ya lo es y así lo demostró después.

Raúl García, Rolfes, Torres. Ninguno de esos nombres estaba escrito en ese libro del fútbol que se nos adelanta día tras día. Porque es el momento de hacer una confesión de cronista. Uno se pasa las dos horas de antes de un partido del Atleti buscando frases ingeniosas, giros lingüísticos: nada de nada. El fútbol, el Atleti, siempre dan un giro más allá de la historia.

Penaltis

Nos miramos. A los amigos que estaban allí y a los otros, que no estaban. Preguntándonos “Oye, esto nunca nos ha pasado ¿no?”. Pues no. No nos había pasado. Y menos de este modo.

La primera hostia a la crónica fue el fallo de Raúl García. Como si dejara de volar Superman. Su disparo se fue, más o menos, a la altura de estrellarse con la valla que divide las dos gradas y, a su vez, con nuestros sueños. Ahí estaba Oblak. Como quien le hubiese fichado para poner esa igualada, todo a cero de nuevo. Aguantó, en el centro, a Calhanaglu.

Marcó Griezmann. Marcó Rolfes. Marcó Mario Suárez. Y falló Toprak. Ahí vimos andar a Koke, tan suyas las andaduras, tan nuestras las ilusiones. Lo falló. De otro modo no hubiera habido poesía. Castro puso el 2-2.

Fernando Torres fue a por el quinto y eso fue como morir: nos pasaron por la cabeza sus goles, sus errores, sus dudas, las nuestras y sus aciertos. Como el gol. Era el 3-2 y no supimos si abrazarnos o esperar. Esperamos y Kiessling lo mandó a las nubes. A quien escribe le tembló todo pero fue una victoria magnífica, sublime, de aquellas de recordar. La mejor manera, será inscribir, de nuevo, el papel del Atlético de Madrid entre los mejores ocho equipos de Europa que se sortean el viernes. Para volver a soñar con un final de estos, como de cuento por escribir.

Darío Novo