El negociador

Es perfectamente comprensible que cualquier responsable político, de cualquier signo, pueda hacer todo lo humanamente posible para mejorar o restablecer el diálogo democrático con los rivales y es de agradecer si su intervención consigue reconducir a la legalidad a aquellos que, saltándose todas las normas establecidas, pretenden romper las normas comunes.

Es asumible que por razones humanitarias cualquier ciudadano de bien pueda visitar a cualquier persona privada de libertad y que, en una generosa y plausible obra de misericordia, trate de infundirle ánimos para enfrentarse a la responsabilidad de sus actos, e incluso le transmita calor humano, cariño, ilusión y serenidad para afrontar el futuro.

Es perfectamente razonable que, a título personal, uno pueda mantener la conversación privada que considere oportuna, de la duración que estime conveniente, sobre los asuntos que le vengan en gana y con quien le salga de las narices, sin tener que dar explicaciones a nadie.

No hay ninguna objeción que hacer cuando el líder de un partido político decide mantener una reunión con el presidente del gobierno de cualquiera de las 17 comunidades autónomas de España, por más que puedan ser de muy distinto signo político, si va encaminada a obtener beneficios colectivos.

Pero todo cambia cuando no son los motivos o las buenas intenciones detalladas lo que empuja a alguien a actuar, con aparente altruismo, enmascarando otros fines bien distintos.

A los ojos de los ciudadanos parece que haya sido investido con poderes plenipotenciarios para  negociar con aquellos que han dado sobradas muestras de que están embarcados en una utópica realidad paralela al margen de la legalidad y el orden constitucional.

Como si en la práctica ejerciera el cargo de “vicepresidente en la sombra” que oficialmente no le ha sido adjudicado, Pablo Iglesias Turrión, ha iniciado una “tourné” en la que lo mismo visita a un político encarcelado, que charla amistosamente con un político huido de la justicia, que como las ratas que abandonan el barco, fue el primero en largarse para no afrontar las consecuencias de sus actos.

Nos hacen creer que nadie le ha dado el “encargo” de negociar nada, que su empeño personal en que los presupuestos pactados con el gobierno del que para numerosos ciudadanos ha adquirido el estatus de “okupa”, Pedro Sánchez Pérez-Castejón, es una decisión propia.

Sorprende su inusitado interés, incluso a destacados representantes socialistas que recelan de su afán de protagonismo y despierta la desconfianza general de que lo que realmente hace es, sencillamente, cumplir con el encargo de negociar unos presupuestos generales para el gobierno de España, precisamente con quienes han demostrado con hechos que nuestra “guerra” no es la suya.

Queda la duda de qué es lo que está autorizado a prometer a sus interlocutores y qué gana si consigue el objetivo y nuestra ignorancia nos deja sumidos en una inquietante desconfianza.

Nadie entendería que la entrevista con el preso Oriol Junqueras, la conversación con el huído Carles Puigdemont e incluso, salvando las distancias, porque parece que momentáneamente ha “adormecido” sus inquietudes separatistas, el encuentro de mañana en Vitoria, con Íñigo Urkullu, lo hubiera hecho, personalmente, el doctor Sánchez.

Un Pedro Sánchez que no hace tanto renegaba del ‘populismo’ de Iglesias, con el que juraba y perjuraba que nunca pactaría, “ni antes, ni durante, ni después”, parece que ahora, tras despojarlo de su disfraz de ‘diablo’  y mostrarlo como su “nuevo mejor amigo”, lo ha convertido, por el interés de ambos, con el único objetivo de que  “sus” presupuestos salgan adelante, en su ángel negociador.