Que bajen las pancartas

Que bajen las pancartas

Será complicado explicar, con la que está cayendo, que en España apenas hay violencia en el fútbol. Y para cerrar la línea de la futura demagogia, que será menester, llevaré por delante que detesto cualquier muerte violenta en cualquiera de las diferentes situaciones sociales que se puedan presentar. Como el fútbol.

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La violencia no puede partir de uno de los vértices en los que la sociedad manifiesta su ocio. La primera razón que explica que en el fútbol español la violencia no sea algo común es que hace tiempo que España dejó de ser una sociedad violenta.

Prueba de ello han sido las numerosas manifestaciones contra la crisis. El prisma para la catalogación de la sociedad como violenta o no es difícilmente baremable desde dentro y debería partir de la comparativa. Por ejemplo, que en el resto de países en los que la crisis salpicó más duramente la violencia también lo hizo.

El fútbol es una parte más y en esa, salimos ganando, si es que en estos términos se puede. 3 muertes en 13 años. Hablaba hace poco con dos amigos argentinos que apelaban a la numerología. El primero me decía que 5 muertos se cobró sólo el noviembre pasado. El segundo, que el taxista que le llevó al River-Boca le enseñó una pistola. Para protegerse. O quien sabe si atacar. En Argentina, la violencia está en la calle.

Y dentro de que en el mundo ideal debamos de ver una violencia 0, un problema como un fallecimiento violento ha de entenderse como una concatenación de consecuencias que llevan al irrecuperable error de la muerte. En torno a ‘Jimmy’ vuelve a surgir el debate de la finalización de los ultras a quien, cada uno a su manera, han apoyado, tolerado, admitido cuando no utilizado. Son aquellos que se llevan las manos a la cabeza cuando algo pasa culpando a sus Frankensteins: auténticos hipócritas de tomo y lomo.

Hipócritas. Aquellos que se apresuraron a decir que no sabían nada, ni querían, ni podían saber porque sencillamente les habían superado en ese escollo tan atrevidamente español que es planear soluciones a tiempo.

Hipócritas. Aquellos que venden el fútbol español como violento y no han parado un minuto a ver cómo están los países de alrededor. Y como ya he oído la cantinela( “es que no se pueden comparar España y Argentina”) compárenlo con nuestro país vecino, Francia, que no anda precisamente escaso de dinero, ni formación.

Hipócritas. Aquellos que llevan días vendiendo la muerte de ‘Jimmy’ como una pelea salvaje, que no han tardado un minuto en buscar sus antecedentes penales y compararlo con el caso de Manuel Ríos obviando que, hasta Romero Taboada, la última muerte en el fútbol fue producida por las fuerzas de seguridad con pelotas de goma y nadie gastó cámaras ni minutos en Íñigo Cabacas.

Hipócritas. Aquellos que, desinformados o queriendo estarlo, han vendido que la víctima muere por llegar a Madrid a ver un partido de fútbol. La víctima, como muchos otros, recorre 600 kilómetros con el fin de combatir.

Hipócritas. Aquellos que han utilizado las imágenes de ultras durante años como apertura de los telenoticias y fondos de los abonos. Tanto para los primeros como para los segundos, entonces, el forraje personal impedía ver “los pocos violentos” que hoy son cristalinos.

Hipócritas. Aquellos que legislan. Los que hicieron una normativa expresa para los eventos deportivos que nunca aplicaron en otros ámbitos sociales, a todas luces inconstitucional, y contó con el beneplácito social bajo multas desorbitadas. Y si contó con el beneplácito social es porque ha asegurado el éxito.

Hipócritas. Aquellos que se han aguerrido al discurso de la no violencia y con el verbo y la acción manifiestan lo contrario. Son aquellos que insultan en las televisiones, provocan la noticia en las radios, humillan a mendigos en directo y amenazan a los árbitros de sus hijos. Eso también es violencia.

Hipócritas. Aquellos que llevan años explicando que el fútbol es un modus vivendi. Convenciendo a vándalos de la forma en la que hay que sentir el fútbol. Cuando el vándalo es convencido para bien, un dócil consumidor. Cuando el vándalo es convencido para mal, un peligro en potencia.

Hipócritas. Aquellas instituciones que han abanderado la antiviolencia ejerciéndola sistemáticamente de manera económica, privando los intereses propios y sus escandalosos negocios a los intereses públicos tanto de ocio como de servicio social con deudas insostenibles para países en quiebra técnica y perdonados de manera sistemática por las autoridades ejecutivas.

Hipócritas. Aquellos que ven en todo esto una anticipación de la delincuencia a sus propias funciones y que reciben, por sus quehaceres, dinero público. Permítanme que me dirija de manera directa: les pago para que esto no pase, no para que den una rueda de prensa posterior.

Y es que, puestos a bajar las pancartas de los estadios, bajemos ya de paso otras que son más numerosas y violentas: las de la hipocresía.

Darío Novo